lunes, 17 de diciembre de 2012

LA INTELIGENCIA EMOCIONAL

Conozco a "Anamari" desde mi época universitaria y a partir de las amistades de mi hermana de por aquel entonces. Es una persona con la que siempre me he llevado estupendamente bien, ya que, no sé por qué extraña razón, siempre ha sido alguien con la que no he necesitado usar esa protección que todos llevamos, con la que me he podido mostrar tal y como soy y con quien cada vez que coincido me muestro pletórico porque te hace olvidar todos las circunstancias adversas que nos acompañan en cada momento de la vida. Es, sin duda, una de las mejores personas que siempre he conocido. La considero una amiga a pesar de que nunca nos llamemos y que las esporádicas veces que coincidimos sea de forma casual.
Una de las últimas veces que estuve con ella y disfruté de su compañía, entre risas y vaciles permanentes que nos tenemos el uno con el otro, me dijo: “Jesús Félix, tú serás muy inteligente, pero careces de inteligencia emocional”. Evidentemente, eso me produjo un instante de reflexión, después de lo cual, sin entrar en debate alguno, seguí disfrutando de su compañía.
Para mí la inteligencia emocional venía a ser la habilidad que se ha de tener para apreciar las emociones de la gente y actuar convenientemente en función de dicha apreciación. Según esta visión que tenía de tal concepto, podría ser que ella no estuviese muy equivocada.
Curiosamente, poco después tuve que asistir a un cursillo que mi empresa organizaba para sus empleados y que estaba dentro del plan de formación obligatorio que mi responsable me había diseñado. En el último de los capítulos del temario acerca de los diferentes modelos de gestión de grupos se hablaba exclusivamente de la inteligencia emocional, tratando a ésta  como un factor importante a tener en cuenta en tales menesteres.
El origen de la inteligencia emocional parte de la teoría de las inteligencias múltiples propuesta por Howard Gardner a principios de los 80. En este modelo la inteligencia no es vista como un algo unitario, que agrupa diferentes capacidades específicas con distinto nivel de generalidad, sino como un conjunto de inteligencias múltiples, distintas e independientes. Para Gardner, la inteligencia es la capacidad de resolver problemas y/o elaborar productos que sean valiosos en una o más culturas. Triunfar en cualquier faceta de la vida requiere ser inteligente, pero en cada campo se utiliza un tipo de inteligencia distinto. Dicho de otro modo, un genio de cualquier ciencia no es más ni menos inteligente que cualquier triunfador deportivo, simplemente sus inteligencias pertenecen a campos diferentes. Se define, por tanto, la inteligencia como una capacidad y no como algo innato e inamovible, que así era como por entonces se consideraba, es decir, se nacía inteligente o no, y la educación no podía cambiar ese hecho.
Inicialmente Gardner desarrolló siete tipos diferentes de inteligencia, la lingüístico-verbal, (presente en líderes políticos, escritores,…), la lógica-matemática, (presente en científicos, ingenieros, economistas,…), la espacial, (presente en artistas, fotógrafos, arquitectos, diseñadores,…), la musical, (presente en músicos, compositores,…), la corporal cinestésica, (presente en escultores, cirujanos, actores, modelos, bailarines,…), la intrapersonal, (presente en individuos que tienen un autoconocimiento rico y profundo), y la interpersonal, (presente en psicólogos, terapeutas,…). Posteriormente añadió la inteligencia naturalista.
A partir de este modelo, Daniel Goleman, uno de los psicólogos contemporáneos más conocidos mundialmente, introduce el concepto de inteligencia emocional, partiendo de las inteligencias intrapersonal e interpersonal, definiéndola como la capacidad para reconocer sentimientos propios y ajenos y la habilidad para manejar dichos sentimientos.
Incide en el punto de que la brillantez académica no lo es todo, como ya había reseñado Gardner. A la hora de desenvolverse en la vida no basta con tener un gran expediente académico. Igual que hay gente de gran capacidad intelectual que es incapaz de elegir bien a sus amigos, hay gente menos brillante en el colegio que triunfa en el mundo de los negocios o en su vida privada. Goleman estima que la inteligencia emocional se puede organizar en torno a cinco capacidades que son conocer las emociones y sentimientos propios, manejarlos, reconocerlos, crear la propia motivación y gestionar las relaciones.
Por tanto, la inteligencia intrapersonal consistiría en conocerse a sí mismo mediante el autoconocimiento, la autorregulación, el autocontrol y la automotivación, lo que conllevaría el tener un profundo conocimiento de las destrezas, ideas y dones propios, de las metas personales y de la habilidad para controlar las propias emociones. Así mismo, la inteligencia interpersonal consistiría en el entendimiento de otras personas, la capacidad de percibir y comprender los sentimientos de los demás, lo que serían habilidades sociales y empatía. Esto conllevaría sensibilidad y entendimiento de los sentimientos, puntos de vista y estados emocionales de los demás, habilidad para manejar las relaciones sociales y liderazgo.
Sinceramente, no creo que deje de cumplir muchas de las aptitudes anteriormente detalladas. Sí que es cierto que no tengo todas las capacidades requeridas para cumplir con la inteligencia interpersonal, pues se requiere de mucha empatía para ello, pero creo que ando bastante bien de inteligencia intrapersonal, que son los dos tipos de inteligencia que conforman la inteligencia emocional.
Anamari, ¿no querrías decir que me falta algo de sensibilidad contigo en ciertos momentos? ¿o me reprochabas el que no quiera tenerla?

martes, 27 de noviembre de 2012

LA SEGUNDA OPORTUNIDAD

Recuerdo, cuando era muy niño, una serie de TVE llamado “La segunda oportunidad” que no me perdía semana tras semana. En dicho programa, una serie sobre seguridad vial y prevención de los accidentes, recreaban graves accidentes de tráfico reales, analizaban las causas, las corregían y mostraban cómo se hubiese evitado. Pero la realidad, en este tipo de casos, no da una segunda oportunidad, al igual que no se la dio a las víctimas de los accidentes recreados, por mucho que nos lo pareciera.
A partir de lo que veía en este programa, años más tarde, solía hacer una extrapolación de ello a la vida cotidiana y sobre todo la historia en general, como si tuviera potestad para modificar los acontecimientos pasados. Así, imaginaba qué hubiera sucedido posteriormente, si mi padre hubiera optado por emigrar a Suiza a finales de los 60 como llegó a tener en mente o si, años más tarde, hubiera optado por quedarse con una taberna en el barrio de Las Delicias de Valladolid cuando yo apenas contaba con cinco años de edad. Imaginaba lo que hubiera repercutido en mi vida, y cómo podría ser mi vida actual en el caso de que eso hubiera sucedido, aunque en el primer caso no es seguro que yo hubiese llegado a existir. Otra de las cosas que recuerdo imaginar, como gran aficionado al fútbol que era, es cómo hubiese influido el que Di Stéfano hubiese fichado por el Barça en lugar de por el Madrid, de cómo estaría distribuido demográficamente este país si Felipe II no se hubiese llevado la capital del país de Valladolid a Madrid o de qué sería del país si Franco no hubiese ganado la Guerra Civil, entre otros. También pensaba en los golpes de fortuna que había tenido y que la modificación de éstos iba en contra de mi existencia, como el aborto natural que mi madre tuvo un año antes de que yo naciera, o la vez que me sacaron de una piscina a la que caí por imprudencia cuando contaba con apenas seis años de edad y de la que no estaba capacitado para salir.
La verdad es que la historia sólo sucede una vez y muchas veces no siempre acontece lo más probable o lo más justo. Estoy seguro de que si la historia volviese a suceder sería muy diferente el resultado actual ya que los sucesos muchas veces se ven alterados por pequeños detalles producidos por casualidad. Repasando los acontecimientos históricos más reseñables, nos encontramos con muchos casos en los que un pequeño detalle afortunado o casual ha modificado el curso más lógico de ésta. Estoy seguro de que si se pudiese dar un giro a la historia y volviésemos a los momentos de las generaciones de las primeras civilizaciones humanas, el resultado final de esos seis u ocho mil años de historia hubiera generado acontecimientos diferentes a los sucedidos, una división territorial y unas sociedades diferentes a las actuales y seguramente ninguno de los que habitamos el planeta estaríamos aquí ahora, pues no hubiésemos llegado a existir. Existirían otros, por lo que todos esas casualidades habrían repercutido a favor de nuestra existencia actual.
Esta imaginería es algo muy propio del ser humano y es lo que se denomina ucronía, que viene a ser una trama que transcurre en una situación imaginaria surgida a partir de un punto en la historia en el que algún acontecimiento sucedió de forma diferente a como ocurrió en realidad, realizando una reconstrucción lógica de los hechos que deberían haber acaecido a partir de dicha modificación. Realmente, sería una especulación sobre realidades alternativas ficticias en las cuales los hechos acaban desarrollándose de diferente forma de como se conocen. Ese momento o evento común que separa a la realidad histórica conocida de la realidad ucrónica, se llama punto Jonbar, hito ucrónico o punto de divergencia.
Las ucronías que yo imaginaba de niño, a partir de esos puntos Jonbar que fijaba en momentos en los que ciertas decisiones críticas en mi entorno hubiesen podido influir decisivamente en mi vida, es algo común a todo el mundo, pues creo que todos, en algún momento de nuestra vida, hemos imaginado o analizado cómo hubiese afectado a ésta si algún acontecimiento hubiese sucedido de manera diferente. En la literatura y en el cine, también se ha hecho, y se ha especulado, en forma de historia de ficción, acerca de cómo sería el mundo actual si los dinosaurios no se hubieran extinguido, si el cristianismo no hubiera existido, si la Armada Invencible hubiese vencido a Inglaterra, si la población europea hubiese sido aniquilada bajo la peste negra, si España hubiese vencido a los Estados Unidos en 1898, si los republicanos hubiesen triunfado en la guerra civil española o si los nazis hubiesen ganado la Segunda Guerra Mundial, entre otros temas recurrentes. Igualmente, a la hora de analizar la historia, se tienen en cuenta muchos puntos Jonbar y se analiza de manera ucrónica qué podría haber pasado en el caso de que se hubiera producido algún acontecimiento bastante probable en algún punto de ésta, como hizo Tito Livio en la que se considera la primera ucronía escrita al relatar una hipotética guerra entre el imperio de Alejandro Magno y Roma en el siglo IV a.C. y las consecuencias de dicho enfrentamiento.
Sin duda, la ucronía es un gran recurso a la hora de generar historias de ficción. Una ucronía famosa es “Patria”, de Robert Harris, donde se genera la historia a partir de un III Reich victorioso en la década de los 60. Steven Spielberg en “Regreso al futuro 2” genera igualmente una ucronía a partir de la línea temporal mostrada en la primera parte, al igual que Quentin Tarantino en “Malditos bastardos” en donde la Segunda Guerra Mundial termina con la muerte de Hitler en 1944 en un teatro a causa de un comando especial infiltrado en Alemania. Citar todas las ucronías que se han contado en cine y novelas supondría un extenso trabajo de investigación y documentación, pues todos en algún momento hemos imaginado un mundo diferente en el que para que dicho mundo fuese así ha habido que modificar algún paraje de la historia para llegar a ese hipotético resultado y el cine y la literatura han recogido parte de ellas.
Generar ucronías es algo muy común. Las causas pueden ser muchas como el hecho de buscar un punto que hubiese podido mejorar nuestra vida, bien por insatisfacción, por ambición o por deseo de la presencia de una faceta puntual, o simplemente por análisis, para observar en qué momentos nuestra vida podría haberse visto seriamente perjudicada o empeorada. Como ambos aspectos son extrapolables a la historia universal, no sólo a la particular, todo podría ser modificable al antojo de la imaginería humana, por lo que las posibles ucronías que se podrían crear son casi tantas como hechos acontecidos a lo largo de la historia.
En todo momento nuestra imaginación tiene una segunda oportunidad para todo lo acontecido. No es más que ficción, pues la realidad sólo es una, con sus momentos afortunados y desafortunados, inmutables desgraciadamente en muchos casos. Pero esa realidad utópica y alternativa, en la que nos ponemos a navegar por los mundos de lo imaginario o del subconsciente es un juego muy entretenido, es jugar a imaginar qué hubiera pasado si algo no hubiese sucedido. Es jugar a la manera de cada uno.

jueves, 4 de octubre de 2012

LA ADQUISICIÓN DE LA IDEOLOGÍA

Todos sabemos algo o bastante acerca de la herencia genética que recibimos de nuestros progenitores. A partir de dicha herencia se moldean nuestras características fisiológicas, morfológicas y bioquímicas. Es por ello, que a partir de esta premisa irrefutable, cualquier capacidad que desarrollamos solemos buscarla en nuestros antecesores de primer, segundo o tercer grado. Mi madre siempre me decía, cuando salía a relucir mi habilidad en el cálculo numérico elemental, que eso lo había heredado de un tío suyo que era muy inteligente, algo que yo creí cuando era niño, aunque ahora tenga bastantes reticencias al respecto. Sin embargo, cuando me he puesto a buscar antecedentes familiares en asuntos ideológicos, no he encontrado ningún antecedente familiar con dichas características. Lo de encontrar antecedentes más lejanos con un carácter parecido es más complejo, pues sólo he llegado a conocer a mi abuela materna.
Supongo que todos en algún momento nos hemos preguntado por el momento en el que se adquiere el carácter. ¿Es innato o se adquiere y modela con el paso del tiempo? ¿Y la forma de pensar? ¿Y la ideología? Siempre me he preguntado si somos propensos a adoptar una ideología de forma innata o viene modelada por el carácter, la educación, las interacciones personales y la situación social del individuo.
Recuerdo una anécdota que mi amigo Antonio se encargaba de repetir con frecuencia. “Jesús Félix ya era ateo cuando tenía 12 años”. Esto sucedió un día que íbamos juntos al colegio y en el que nos pusimos a hablar de Dios. A mí por entonces no me entraba en la cabeza el Dios que aparecía en la Biblia, pues me parecía un personaje malvado y vengativo, aparte de contradictorio y de que su existencia chocaba con muchas de las cosas que nos enseñaban en clase. Muchas veces preguntaba acerca de quién mentía si la Biblia o mis profesores. Igualmente, analizando la situación del Mundo, me parecía que ese Dios del que nos hablaba la Biblia estaba en dejación de funciones y que el Mundo no tenía supervisión por su parte, ni los seres humanos teníamos en él a quien velase por nosotros. Le acabé diciendo a Antonio lo que realmente llevaba creyendo por un tiempo, que Dios no existía y que lo habían inventado los hombres por miedo a la muerte y para dar una explicación fácil a lo desconocido.
Cuando he oído esta anécdota repetida en mis amigos, siempre me he preguntado por qué un niño de 12 años puede ser ateo, teniendo argumentación para defender su postura, habiéndose criado en un ambiente contrario a esas ideas y que se intentó inculcarle sus creencias. Ante la falta de complicidad familiar, siempre lo achaqué a que era culpa de mi carácter rebelde, (desobediente, según mi madre). Ahí es cuándo me empezó a interesar el origen del carácter humano, para comprobar qué parte de ese carácter era innato y qué parte era adquirido.
Lo que está claro es que algo debe de haber innato sino todos los bebés se comportarían de igual forma y eso no es así. Los hay de carácter más tranquilo y más nervioso. Más difícil es saber hasta qué punto eso es hereditario o es una primera opción de comportamiento por la que se opta sin saber el porqué.
Ahí es cuando me topé con Fancis Galton, (curiosamente fue primo de Charles Darwin), que afirmaba que el carácter y el genio eran hereditarios. Esto me resultó más que contradictorio ya que no lograba encontrar reflejado mi carácter en mi núcleo familiar. De no ser por la gran similitud física que tengo con mi padre, (mirando 30 años atrás en el tiempo), hubiera dudado de si en la Maternidad del hospital Santos Reyes de Aranda de Duero hicieron correctamente su trabajo en el momento que vine al mundo. Sí que tenía cierto parecido en el fuerte carácter de mi progenitor, salvo que mientras que él hace uso de él muy a menudo, yo lo guardo como quien guarda un súper-poder que sólo ha de usar en momentos muy concretos, mientras hace uso de un carácter opuesto. Algo que sí que me comenzó a convencer fue cuando mi madre me empezó a hablar de su suegro, (mi abuelo paterno), que era alto, muy tranquilo y socarrón, (un vago, según mi padre). Eso ya me cuadraba más, ya que teníamos ciertos parecidos, aunque ideológicamente no comulgara con él, (siempre tomando como buenas las reseñas que de él me han hecho). A partir de aquí, tomé como bueno algo de lo que me habló mi madre acerca de un salto generativo por el que nos parecemos más a los abuelos que a los padres, algo que científicamente no tiene respaldo, salvo la aparición de algún gen recesivo en los hijos que se podría perder en los nietos.
Entonces, ¿el carácter se puede heredar? ¿Por qué yo tengo un carácter y una ideología tan diferente al del resto de mi familia? Es muy difícil e incluso controvertido afirmar que podamos heredar la personalidad, los gustos, el carácter, las capacidades o la inteligencia. Según unas investigaciones del instituto Pasteur, nacemos con sólo el 10% de los cien mil millones de neuronas ya interconectadas, de ahí una posible explicación acerca del carácter de los recién nacidos. El 90% de las conexiones restantes se irán construyendo progresivamente a lo largo de nuestra vida en función de las influencias de la familia, la educación, la cultura, la sociedad y el medio ambiente. Sostiene también que la estructura mental no es inmutable, y que la plasticidad cerebral hace que continuamente aparezcan nuevos circuitos neuronales basados en la experiencia y en el aprendizaje, por lo que, a nivel cerebral, nada es fijo o programado desde el nacimiento. Igualmente, otro estudio realizado por profesores de la Universidad de Harvard sostiene que la factores como la genialidad no dependen de los genes sino de una constelación de factores que no son genéticos sino psicológicos y que los procesos afectivos y cognitivos involucrados en la creatividad son el resultado de una combinación entre educación, genética y factores sociales, por lo que podría ser extrapolable a otros factores.
A partir de aquí es fácil llegar a la conclusión de que, a pesar de poder tener ciertos matices en el carácter y de que gran parte de las interacciones sociales las realizamos dentro del núcleo familiar, no se puede afirmar que se transmiten la personalidad, los gustos, el carácter, las capacidades o la inteligencia. Bien es cierto que se parte de un patrón importante, pero las interconexiones neuronales las vamos completando en función del entorno y las experiencias. Esto sería algo así como que tenemos una base heredada, pero la mayor parte de nuestra personalidad la vamos creando nosotros mismos y somos nosotros quienes vamos forjando nuestra forma de ser, así como el carácter y la ideología, ésta última siempre influencia por el entorno y la situación social, los gustos, las afinidades, los valores, la ética…
En fin, que todas mis preocupaciones acerca de mis diferencias ideológicas y de forma de ser con mi núcleo familiar se debe a las distintas opciones por la que he ido optando en función del conocimiento, las experiencias y el entorno social, es decir, que aunque pueda tener una pequeña base común heredada, el resto lo he ido generando con el paso del tiempo y, no es más, que he construido mi personalidad en una dirección diferente. Al fin y al cabo, ese es el objetivo, formar nuestra personalidad y nuestro futuro intentando seleccionar todo aquello que nos genere mayor satisfacción o afinidad, aunque se genere una personalidad muy diferente a la nuestros familiares más cercanos.

jueves, 27 de septiembre de 2012

LA DIVISIÓN DEL TIEMPO

Cuando era niño me llamaba la atención la compleja división que la humanidad había realizado del tiempo. Años con 365 días, (366 en los años olímpicos), englobados en 12 meses de longitud no homogénea, días divididos en 24 horas, a su vez divididas en 60 minutos de 60 segundos cada uno, y todo ello con el sistema decimal en vigencia. Me parecía algo muy extraño, complejo e improvisado, pues pensaba, desde un punto de vista más lógico, que con el sistema numérico vigente los días habrían de tener veinte horas diarias, diez para la mañana y otras diez para la tarde, y las horas se habrían de dividir en 100 minutos de 100 segundos, para ser más acordes con el sistema numérico vigente. De ser así, los segundos que yo habría ideado como unidad fundamental de tiempo equivaldrían a 432 milésimas de segundo actuales, por lo que sólo habría que modificar la duración del segundo para adaptarla al nuevo sistema ideado por aquel niño que no entendía dicha división. Cada una de las 20 horas diarias de ese sistema ajustado al sistema decimal equivaldría a 72 minutos de los actuales, por lo que la adaptación podría ser muy posible.
También intenté hacer algo parecido con los meses para que estos fueran más homogéneos, pero ahí la cosa estaba más complicada ya que los 365 días y pico del año son inamovibles, debido a que es el tiempo que la Tierra tarda en completar su órbita alrededor del Sol, aunque sí que pensé en que se podían crear años de 360 días, (con 12 meses de de 30 días o 10 meses de 36), o años de 52 semanas, (con 13 meses de 28 días) y montar una fiesta con los días sobrantes cada año bisiesto. ¡Cosas de la niñez!
Todo ello me provocó una enorme curiosidad que tenía que saciar, por lo acabé buscando en todas las enciclopedias que caían en mis manos para poder comprobar a qué se debía tal desbarajuste en la división que se estaban haciendo de los períodos básicos de tiempo.
Lo primero que descubrí es que el origen de los meses se debe a una relación con la duración del ciclo lunar, que tiene una duración aproximada de 29 días y medio. Fueron los babilonios quienes a partir de la observación de los ciclos lunares idearon las semanas, pues pasan aproximadamente siete días entre la luna nueva y su cuarto creciente, otros siete entre su cuarto creciente y la luna llena, otro siete entre la luna llena y su cuarto menguante y otro siete entre su cuarto menguante y la luna nueva. Había cierta inexactitud en las asignaciones, pues al final de ciclo sobraban uno o dos días, por lo que la cuarta semana de cada ciclo lunar solía tener ocho o nueve días, dependiendo del ajuste necesario. Éste sería el primer concepto de mes de la civilización actual. Fueron ellos, además, como grandes aficionados a la astronomía que eran quienes introdujeron los signos zodiacales y quienes dieron nombre a los días de la semana, correspondiéndose con cada uno de lo que ellos consideraban siete planetas conocidos, asociados a una deidad cada uno. Así nombraron a los días de la semana como Luna, Marte, Mercurio, Júpiter, Venus, Saturno y Sol, de donde derivan los nombres actuales, con la excepción de que Sol, (nuestro domingo, Sunday en inglés), era el primer día de la semana, modificado por la influencia del cristianismo en estándar internacional hace menos de dos décadas por la ISO 8601.
Pero los primeros que funcionaban con la idea del mes actual, es decir, quienes han influido en nuestro concepto de mes, fueron los romanos. Como cada pueblo dividía el año en distinto número de meses en función de unos u otros baremos más o menos influenciados por los ciclos lunares, en el año 46 a.C., Julio César decidió modificar el calendario romano, (que constaba de 10 meses de 30 y 31 días, más otros dos de duración variable en función de los diferentes intereses políticos), dando lugar al calendario juliano. Lo creó basándose en los cálculos del astrónomo alejandrino Sosígenes que cifró la duración anual en 365 días y 6 horas, (sólo se equivocó en 11:09 minutos, lo que supone un error inferior a dos segundos diarios, ¡increíble!). A partir de la duración exacta del año, Julio César realizó ligeras modificaciones en los meses, como que Enero y Febrero pasaran a ser los dos primeros meses del año, en lugar de ser los dos últimos como eran en el calendario romano, motivo por el cual los meses sin nombre (Septiembre, Octubre, Noviembre y Diciembre) no se corresponden con el ordinal que representaban ya que su nombre proviene de ser el séptimo, octavo, noveno y décimo mes del año, respectivamente. Igualmente, cambió el nombre del quinto mes, correspondiente al de su nacimiento, y le dio su nombre, Julio, aparte de añadirle un día que obtuvo de Febrero que se quedó entonces con 29. Más tarde, cuando su hijo hizo lo mismo con el sexto mes, éste pasó a llamarse Augusto y Febrero se quedó con 28 días, (29 en años bisiestos).
Posteriormente indagué en el origen de las horas. Al parecer fueron los egipcios quienes dividieron el día en doce tramos de idéntico tamaño y la noche en otros doce tramos también iguales entre sí. Los egipcios usaban el sistema duodecimal, porque contaban con el pulgar sobre las falanges de los otros cuatros dedos, (doce falanges en total). Evidentemente, las horas tenían distinta duración dependiendo de si era invierno o verano. Durante el día, las horas eran calculadas mediante relojes solares y por la noche mediante el conocimiento de las estrellas. Posteriormente, los griegos idearon un sistema para que las 24 horas del día tuviesen la misma duración, aunque dicho sistema no se implantó hasta la aparición de relojes mecánicos en el siglo XIV. Los “culpables” de que las horas se dividan en 60 minutos y estos en 60 segundos, la tienen los babilonios, que adoptaron el sistema egipcio e hicieron dicha división porque tenían predilección por el sistema sexagesimal, (muy útil en trigonometría).
Así descubrí como dicha división provenía de distintas herencias recibidas de civilizaciones anteriores y que resistieron el paso del tiempo. Es por ello, que el estándar internacional de tiempo, el segundo, ha tenido que ser calculado a partir de dividir el período de tiempo que abarca un día entre las 24 horas de un día, los 60 minutos de una hora y los 60 segundos de un minuto, cuando se homogeneizó la duración de todas las horas del año.
Por todo ello, el segundo se define actualmente como la duración de 9.192.631.770 oscilaciones de la radiación emitida en la transición entre los dos niveles hiperfinos del estado fundamental del isótopo 133 del átomo de Cesio a una temperatura de 0ºK. ¡Increíble! Sí fuera la duración de un tercio de 63.837.720.625 oscilaciones de dicha radiación ya tendríamos la duración de aquella unidad básica de tiempo que andaba buscando ese niño de apenas diez años que ideó un sistema de división de tiempo basado en el sistema decimal, aunque estoy seguro que habrá otro isótopo de cualquier otro metal cuya radiación tenga unas características que se adecúen a esa nueva medición a una temperatura concreta. Es más se podrían añadir las milésimas necesarias para adecuar los 11 minutos y 9 segundos sobrantes a cada año para no tener que ajustar la desviación de tiempo cada fin de siglo.
Pero la tradición es la tradición, así que seguiremos con este curioso sistema de división de tiempo por herencia de las culturas antecesoras a la nuestra. Al fin y al cabo fueron muy meritorias sus aportaciones para los medios con los que contaron.

miércoles, 19 de septiembre de 2012

EL CONCEPTO DEL AMOR

No deja de ser curioso ponerse a hablar acerca del amor, (entiéndase como el amor entre los protagonistas de una pareja enamorada), con tu ex pareja, la misma persona con la que había compartido más de dos años de mi vida. Así fue y un par de meses después de haber terminado nuestra relación sentimental, ambos estábamos intercambiando opiniones acerca de por qué se quiere a alguien o de por qué nos enamoramos y desenamoramos.
Nosotros siempre nos habíamos definido como una pareja confluente. Para quien no esté docto en el término, el amor confluente es aquel en el que las personas se sienten íntegras y completas por sí solas y las relaciones en las que se involucran vienen a aportarles satisfacción sexual, afectiva y emocional, dándole mayor importancia a la asociación voluntaria. Surge de la mano de las transformaciones sociales que implicó la revolución sexual, como la anticoncepción, la aceptación de la homosexualidad, la mejora relativa de la posición de la mujer en la sociedad y la necesidad de lograr la igualdad entre géneros, la legalización del divorcio o las transformaciones en la familia, entre otras, incluyendo una igualdad en la pareja en cuanto a la idea del dar y recibir a partes iguales. Surgió como contraposición al amor romántico que había de ser para toda la vida, exclusivo, posesivo, incondicional e implicaba un elevado grado de renuncia por parte de ambos miembros ya que en el amor romántico las personas sienten que no están completas sin la persona amada, (la idea de la “media naranja”) llegándose a renunciar a todo por el otro, ya que partiendo de su propia insuficiencia, se desea el encuentro y unión con aquel que se cree ser el complemento para su existencia. Se puede decir que la gran mayoría de las parejas surgidas en los últimos veinte años en nuestro país se rigen por esta concepción de pareja, (la del amor confluente), aunque algunas tengan ciertos matices del amor romántico.
Pero, ¿qué es el amor? Llegar a una conclusión entre tanta literatura barata al respecto es más que complicado y una de las cosas más complicadas que conozco es expresar públicamente nuestras emociones y sentimientos. Aún así lo intentamos y llegamos a una primera conclusión de que se quiere a alguien que nos aporta felicidad y deseo, independientemente de los orígenes de dichos sentimientos, por lo que el amor vendría a ser todo ese compendio de sentimientos hacia otra persona que nos aporta felicidad y deseo. Podríamos haberlo complementado con admiración o con alguno de los preludios del amor romántico, como podría ser la previsión de infinitud de dicho sentimiento en el momento en el que se tiene, pero eso ya era dificultar nuestro nuevo camino hacia la búsqueda por separado de una nueva pareja.
Busqué ideas y opiniones ajenas, pues aunque tengo experiencias como para saber del tema, es bueno saber qué piensa el resto de la gente. Os recomiendo que no lo intentéis. La gente no sabe describir el amor o no se atreve a describir sus emociones y sentimientos delante de otra persona, y se van a preocupar por tu estado emocional si les haces dicha pregunta. Después de las respuestas recibidas encontré el origen de “Si quieres a alguien y no sabes por qué, eso es amor”, frase que sirve de definición a la interpretación de la cultura popular. Es una manera de definir lo que casi nadie sabe o quiere describir. Pero el problema es que yo quiero saber el por qué se quiere a alguien, sin buscar en la poesía pues ésta suele ser una manifestación de la belleza, lo que me manipularía una posible visión objetiva. Seguramente estaba indagando en las razones de mis anteriores fracasos sentimentales y seguramente también cuando nos pusimos a hablar mi ex pareja y yo acerca del tema buscábamos una razón a nuestro desenlace. Pero sí que tenía un interés real en saber cómo lo veía el resto de la gente con la que no había tenido lazos afectivos tan fuertes.
Sí que puedo llegar a la conclusión de que el amor es un sentimiento basado en la atracción de un sujeto hacia otro. Es más, creo que es dicho sentimiento el que provoca felicidad y deseo, e incluso admiración, aunque esto último, por lo que he visto, sólo en algunos casos. Por lo tanto, cuando se quiere a alguien es porque nos aflora este sentimiento.
Me vino el recuerdo de mi época universitaria y de las tertulias diarias de sobremesa que surgían entre los cinco compañeros de aquel piso que compartíamos en la Plaza Poniente de Valladolid con los asiduos visitantes que teníamos. Yo, por entonces, venía a decir que el amor era un cúmulo de intereses que satisfacer con otra persona, como cubrir necesidades físicas y afectivas que no se pueden cubrir con los amigos. Lo basaba todo en el deseo que nos empujaba a la atracción hacia otra persona y que lo que llamábamos amor no era más que la canalización de ese deseo o atracción. Llegué a comparar dicha atracción con un antojo, refiriéndome a dicho deseo, lo que acabó siendo la comidilla de todos los amigos del momento. A partir de entonces, yo no enamoraba ni me sentía atraído por alguien, “me antojaba”, según todos ellos. Evidentemente, me refería a la atracción que surge por alguien cuando aún no han aflorado los sentimientos más sólidos hacia otra persona, posiblemente influenciado por mi alta tasa hormonal, propias de la edad, y por las cortas y escasas relaciones de pareja que había tenido por entonces. Aún así, me sorprendió comprobar lo acertado que estaba por entonces acerca de mi definición del amor, si obviamos “la comidilla del antojo”, por lo efímero de éste. Sólo me faltaba apuntar a la felicidad que se ha de obtener por el hecho de estar con la persona que nos sentimos atraídos o a la que deseamos. Seguramente lo obvié porque era lo suficientemente feliz, como para andar buscándola, pero creo que es la clave del amor, un sentimiento que se tiene hacia otra persona que nos aporta felicidad, independientemente del tipo de sentimiento y del grado de felicidad.
No sé si tengo la definición exacta, pero puedo decir que buscamos el amor, porque buscamos la felicidad. El problema surge al definir el concepto de felicidad, pues la felicidad es un estado de ánimo y no existe la felicidad plena, sino los momentos felices. Pero, el amor no puede ser sólo un simple estado de ánimo. No se habrían escrito tantos textos acerca de un estado de ánimo, por muy maravilloso que este pudiera ser.
Es por ello, que se podría definir el amor como un sentimiento que nos provoca numerosos momentos felices con alguien por el que nos sentimos atraídos y deseamos. La manera en la que se lleve a cabo es algo muy personal, pues los sentimientos y los estados de ánimo son conceptos muy personales.
En definitiva, que estoy dispuesto a seguir buscando una definición más exacta del amor y lo intentaré hacer con la experiencia, que al fin y al cabo, es la madre de la sabiduría, según Leonardo da Vinci, aunque también es el nombre que damos a nuestras equivocaciones, según Oscar Wilde. Los genios pocas veces ayudan salvo que el que más sepa sea el que más se ha equivocado.

martes, 4 de septiembre de 2012

EL ÚLTIMO NÚMERO

En la asignatura de Matemáticas de segundo curso de Bachillerato, ahora cuarto curso de la Educación Secundaria Obligatoria, tuvimos a un profesor que volvía locas a todas mis compañeras adolescentes. Llevaba una eterna barba de tres días que le daba un toque de “look casual” perfectamente estudiado, el mismo que yo llevaba aleatoriamente los martes y los viernes debido a mis hábitos de afeitado, pero a él dicho look le duraba toda la semana. Los calificativos de dicha barba para él eran totalmente grandiosos mientras que para mí se tornaban en despectivos. Parece ser que en ese momento a ninguna de mis compañeras de clase les importaba que dicho sujeto las doblase en edad, cuestión hormonal. Ni pensar quiero en el efecto que provocaba en ellas, aunque me lo puedo imaginar, teniendo como ejemplo el efecto que producía en nosotros nuestra profesora de Geografía que, seguramente, también nos doblaba la edad a todos nosotros.
Recuerdo que ese año hubo varias huelgas de los profesionales de la Educación. Fueron ampliamente secundadas por el profesorado que nos impartía clases ese año, aunque dicho profesor fue uno de los pocos que no secundó la primera de ellas. En dicho día de huelga, antes de comenzar la clase de Matemáticas, un compañero nuestro, “el Nicol”, escribió en el encerado y bien en grande la palabra “ESQUIROL”. Para mí, fue gracioso atender a las explicaciones de dicho profesor de por qué no había secundado la huelga en el que se le había presentado un gran dilema moral entre los convocantes, entre los que estaba su sindicato, y el objetivo de la huelga, que era el gobierno, por entonces en manos del partido socialista. Estaba claro que era socialista y de la UGT, y en este conflicto se había decantado por su partido en lugar de por su sindicato. Evidentemente, no tenía por qué habernos dado ninguna explicación, pero él quiso hacerlo tras ver nuestro pensamiento reflejado en la inscripción del encerado, y lo hizo con aires de disculpas por la decisión tomada. Todos salimos convencidos de que no tenía las ideas muy claras al respecto, aunque el caso es que sí que secundó las siguientes convocatorias de huelga.
Con dicho profesor tuve varias discusiones, (entiéndase discusión como intercambio de opiniones), acerca del concepto de infinito dentro de las series numéricas o de los límites de funciones. En todos los casos en los que nos explicó el concepto de infinito, yo siempre le repliqué que en dichos casos sería más lógico interpretar infinito como “el último número”. Siempre me repetía lo mismo, que infinito era un concepto y que “el último número” no existe, a lo que yo siempre que replicaba que efectivamente por eso, era lo más indicado ya que no había algo más conceptual que ser “el último número”.
Para mí, por entonces, (actualmente también, evidentemente), infinito es algo que no tiene fin y es un concepto aplicable a cosas como el espacio o el tiempo y a sus cuantificaciones. Nunca traté de cambiar dicho concepto, pero sí que creía que en las series numéricas o funciones crecientes, en el que las coordenadas estaban relacionadas por una función del tipo que fuera, se podía realizar esa equivalencia conceptual.
Curiosamente, con el paso del tiempo, descubrí que Aristóteles descartó en su momento un infinito real, aunque está claro que no acertadamente. Igualmente, cuando indagué para ver si se había filosofado acerca del concepto de infinito en series numéricas, lo único que pude encontrar es que el concepto de infinito se introdujo por primera vez en el siglo XVII y se realizó en aplicaciones geométricas. Hasta el siglo XIX no se incluye en la teoría de conjuntos, aunque es de suponer, que una vez que fue introducida en la geometría se aplicaría a las series numéricas, pues es a través de éstas de donde se obtienen mediciones geométricas.
Siempre lo vi cómo un tema del que se había podido filosofar a lo largo de la historia, al fin y al cabo, los primeros filósofos eran multidisciplinarios y abarcaban diversas ciencias, pero se ve que nadie quiso perder el tiempo en algo tan baldío como lo que estoy haciendo yo ahora.
Sin embargo, yo sí que tuve tiempo que perder en dicho precepto filosófico, pues la vida da tiempo para todo, más allá del “pan y circo”. Está claro que si a infinito se le suma, resta, multiplica o divide un número finito, incluso si se le suma o multiplica un número infinito, el resultado será infinito, lo único que podría variar es su signo dependiendo de los casos. Solamente serían irresolubles los casos de resta y división con un número no finito entero. Sin embargo, a nuestro conceptual “último número” no sería posible sumarle ningún número finito positivo ni multiplicarle por un número mayor que la unidad, ya que es “el último número” y perderíamos la conceptualidad de tal rotundidad, nuestro “último número” requiere, (siempre conceptualmente), que no haya ningún cardinal u ordinal a su derecha, algo que contradiría la lógica matemática, pues para eso se ha afirmado que es “el último número”. La mayoría de operaciones que se podrían hacer con él serían de resultado incierto, porque aunque se podría dividir el último número entre cualquier número finito, el resultado sería indeterminado. Evidentemente, si a nuestro último número le restamos uno, obtendríamos “el penúltimo número”, por lo que tendríamos que crear una gran cantidad de nuevos conceptos matemáticos si le andamos restando cantidades finitas, tantos conceptos nuevos como números finitos existentes, (mal asunto, pues hemos llegado a un bucle ya que hay infinitos números finitos).
Vale, han pasado muchos años y he tenido que escribir esta entrada para darme cuenta de la falta de aplicación práctica de mi sugerencia. “El último número” como concepto matemático queda muy bonito y puede parecer una idea estupenda, pero ha sido cuestión de desarrollarla para darme cuenta de que es algo inútil y no tiene aplicación alguna, mientras que infinito, al ser un concepto más abierto, puede ser operativo, ya que infinito abarcaría todo número que está en una dimensión de continuo crecimiento. El concepto del “último número” tendría la restricción conceptual de que no habrá ningún número mayor que él, por lo que se pierde su operatividad al recurrir al absurdo en caso de operaciones que lo incrementasen.
La verdad es que la idea del “último número” siempre me ha parecido un precioso concepto que, aunque inútil para las Matemáticas podría ser aplicado en otros campos. La poesía parece un buen sitio donde ubicarlo, aunque eso va a ser difícil llevarlo a la práctica por alguien tan prosaico como yo. Donaré la idea a algún poeta callejero que haga de aquel romántico proyecto de adolescencia una manera con la que poder deleitar a viandantes con frases del tipo “eres tan inalcanzable como el último número” o “lo nuestro es tan irreal como el último número”, (ya he dicho que lo mío es la prosa).
Lo que me pregunto es, ¿todo esto no debería habérmelo demostrado en su momento aquel profesor de eterna barba de tres días que deleitaba a las nenas? Me había ahorrado estar dando vueltas a la idea perdiendo el tiempo en pensamientos banales y que tú, ahora mismo, estuvieras leyendo algo más interesante.

miércoles, 29 de agosto de 2012

LA ATRACCIÓN SEXUAL GENÉTICA

El mismo día de un Barça-Madrid, a la hora de comer, para un aficionado al fútbol como yo, lo lógico sería ver los informativos deportivos para ver cómo ambos equipos llegan al primer gran enfrentamiento del año, aunque sea una competición no muy prestigiosa como es la Supercopa de España. Pero un poco antes de que estos informativos llegaran, en La 2 estaban echando un documental acerca de “La atracción sexual genética” y, siento decepcionaros, pero me quedé sin ver dichos informativos.
La verdad es que sí, soy de los que ve esos documentales y, peor aún, no los utilizo para echarme la siesta. Será porque a la hora de la sobremesa suelo estar trabajando y no es algo que realice diariamente, pero os puedo decir que poca gente con un mínimo interés por el comportamiento humano, si se hubiese encontrado con dicho documental, no podría haber dejado de verlo.
Para los que, como yo, no había oído hablar de la atracción sexual genética os diré que es un fenómeno por el cual personas genéticamente cercanas como hermanos, primos de primer y segundo grado e incluso padres e hijos y que no han sido criados juntos o no han tenido contacto durante muchos años, principalmente durante la infancia, sienten una fuerte atracción sexual entre ellos cuando llegan a conocerse de adultos, más aún no teniendo conocimiento alguno de dicho parentesco.
Durante el documental pasaron revista a numerosos casos de gente que había padecido dicho fenómeno tras reencontrarse después de muchos años. Casos de hermanos separados desde el día de su nacimiento o a los pocos meses de vida e, incluso casos de padres e hijos en idénticas circunstancias. Todos ellos habían tenido descendencia, algo nada recomendable con respecto a las normas sociales que lo rechazan incluso legalmente.
Un estudio británico decía haber descubierto que el vínculo familiar normal que se creaba desde la infancia gracias al contacto y al afecto no estaba presente en este tipo de personas emparentadas, por lo que al encontrarse como adultos la necesidad de crear ese vínculo, en más de la mitad de los casos analizados, se manifestaba como una fuerte atracción sexual. Igualmente, esa atracción aparecía sin el conocimiento del parentesco.
Sigmund Freud ya argumentó en su momento que era natural que hubiera atracción sexual entre miembros de una misma familia criados juntos desde niños, (los complejos de Edipo o Electra serían buenos ejemplos). Era por ello, según él, que sería necesario que las sociedades creasen el tabú del incesto, pero más recientemente Edvard Westermarck, (considerado el primer socio-biólogo darwinista), argumentó lo contrario a principios de siglo, que los propios tabúes surgen naturalmente como producto de actitudes innatas. Esto se pasó a denominar el efecto Westermarck, o impronta sexual inversa, que es un hipotético efecto psicológico a través del cual las personas que viven cerca durante los primeros años de sus vidas se vuelven insensibles a la atracción sexual entre sí. Este fenómeno, evolutivamente útil para evitar la endogamia, es una explicación al tabú del incesto y una explicación coherente al porqué del rechazo social a este tipo de relaciones endogámicas.
Durante el documental me acordé en repetidas ocasiones de la película española “Más que hermanos” basada en la historia real de una pareja gallega que, a finales de los ochenta, llegó a formar una familia sin saber que eran hermanos. La chica había sido criada en un orfanato por haber sido abandonada nada más nacer. Un día, la protagonista conoce a un chico en una discoteca y ambos se enamoran casi al instante, quedándose ella finalmente embarazada, todo ello sin ser conscientes de que eran hermanos por parte materna, algo que con prontitud descubrirían. La historia refleja principalmente todo el rechazo social que la pareja sufre continuamente por ello, tanto social como administrativamente, más aún en una zona rural con raíces muy conservadoras.
El paralelismo entre la película y el documental era grande. Gente que descubre, de repente, que la persona de la que está profundamente enamorada, con la que se ha casado o con quien ha tenido hijos, es hermana o hermano suyo y que lo único que encontraba alrededor es rechazo, problemática social y legal e incluso vejaciones por tal circunstancia y resulta que el ser humano tiene una fuerte predisposición genética a sentirse atraído sexualmente por otros seres humanos genéticamente cercanos, según avanzados estudios de distintos centros de investigación en sociología y psicología.
Había otros casos más curiosos como el de una mujer que había sido encarcelada por ser amante de su hijo adolescente al que conoció con 16 años, o el de una mujer de 20 años que, al conocer a su padre biológico, se enamoró profundamente, manteniendo con él una relación incestuosa de más de cuatro años, vivencias que reflejó en el libro autobiográfico "El beso".
La verdad es que estos tipos de casos siempre son agravados por la inadaptabilidad del ser humano que vive en sociedad a modelos diferentes a los tomados como tradicionalmente aceptables, ya que siempre se piensa que este tipo de comportamientos inusuales es algo propio de extraños o de gente que padece ciertos trastornos y se tiene tendencia a criminalizar tales comportamientos, sin deparar, por ningún momento, en que cualquiera puede verse afectado por circunstancias parecidas y que la intromisión y juicio de la vidas ajenas es algo que todo ser humano se da el derecho de hacerlo. Desafortunadamente, siempre se criminaliza o discrimina al que hace, vive o es diferente a los patrones establecidos y nadie se para analizar las causas o a contravenir los dictámenes sociales establecidos. Además, resulta que, en este caso, el ser humano tiene una predisposición a ello.
La verdad es que quedé realmente sorprendido de dicha tendencia del comportamiento humano, al fin y al cabo, lo más cerca que he estado yo de algo así, fue cuando con 17 años, de vacaciones en el pueblo mis padres, me encapriché perdidamente de una andaluza, por entonces tristona y enormemente atractiva para mí, que a la postre resultó ser prima segunda mía, un vínculo algo más lejano de los tratados en este escrito. Podría ser que yo, sin saberlo, también hubiese padecido la atracción sexual genética aunque fuera de tercera generación.

martes, 21 de agosto de 2012

ACONTECIMIENTOS APOCALÍPTICOS

Uno de los documentales televisivos que más recuerdo de todos aquellos que he visto es uno acerca de posibles desastres naturales que acechan al mundo, con la vista aún reciente en el maremoto del Océano Índico y su posterior tsunami, así como la inundación de la ciudad de Nueva Orleans. No lo recuerdo por temor a la existencia, pues mis tendencias ideológicas y espirituales hacen que no tema por ello, ya que soy consciente que desapareceremos todos y no dejaremos ni rastro para el resto de la eternidad. Algunos podrán dejar rastro, pero será por tiempo limitado ya que la humanidad desaparecerá tarde o temprano, es cuestión de años, siglos o milenios, puede que muchos, pero la Tierra tiene sus días contados por muchos que estos sean y no habrá ser superior que nos revitalice eternamente.
El caso es que se estima que más de 600 desastres naturales ocurren cada año y que más de la mitad de la población mundial,  unos 3.500 millones de personas, vive en áreas donde su vida puede resultar gravemente afectada por alguna situación catastrófica, tales como sequías extremas, inundaciones, terremotos, volcanes, ciclones o deslizamientos de tierra.
Entre las más factibles de este siglo, el huracán que inundaría Nueva Orleans ya se ha producido. No se tuvo en cuenta la irrupción de una ola gigante que arrasaría una gran extensión de la costa del Índico, aunque este tipo de catástrofes puede surgir en cualquier momento. Pero se dice que en el próximo medio siglo podríamos asistir a ver como San Francisco, (debido a que se espera un fuerte terremoto en la falla de San Andrés), Tokio (construida sobre la unión de tres placas tectónicas) o Ciudad de México (DF) pueden padecer enormes seísmos que destruirían una gran parte de dichas ciudades, por muy preparadas que estén éstas para afrontar tan brutales movimientos de tierras.
Otro acontecimiento que acabará sucediendo en los próximos siglos, (podría acontecer en cualquier momento), y con una enorme capacidad de destrucción, sería la creación de una gran ola gigante en el Atlántico, provocado por el hundimiento de parte de la isla de La Palma, aún mayor que el que devastó Asia a finales del año 2004. Dicen que podría originarse por una serie de erupciones volcánicas en la isla de La Palma (la más noroccidental de las islas Canarias), que provocarán el hundimiento de parte de la isla, a partir de la falla que se abrió en 1949. Este acontecimiento, podría producir olas de 40 kilómetros de largo y 650 metros de alto, que viajarían a 800 kilómetros por hora. No sólo llegarían hasta el oeste de Europa y parte de Gran Bretaña, sino también hasta el Caribe y el este de Estados Unidos, donde golpearían todo lo que existe a menos de 20 kilómetros de la costa. Importantes ciudades como Boston, Nueva York y Miami, por ejemplo, podrían quedar bajo el agua.
Igualmente, se estima que el 10% de la población mundial vive bajo la amenaza de erupciones volcánicas. Hay que tener en cuenta de que en el mundo hay unos 1.500 volcanes que permanecen activos. Además,  hay muchos otros que "duermen" y pueden despertar en cualquier momento, por lo que no es de extrañar que todos los años tengamos noticias acerca de nuevas erupciones volcánicas y las consecuencias catastróficas que generan.
Dentro de estas erupciones, las que sí que serían catastróficas a nivel global, serían las de los supervolcanes, cuyas erupciones amenazan la vida en todo el planeta. La última ocurrió en la isla de Sumatra (Indonesia), hace unos 74.000 años, y dejó a la humanidad al borde de la extinción. Tampoco se sabe dónde tendrá lugar la próxima super-erupción, aunque sí se tienen identificados a los posibles supervolcanes. El que con más atención se sigue es  el Supervolcán de Yellowstone, ubicado bajo el parque nacional más importante de Estados Unidos, visitado cada año por millones de personas y famoso por ser donde vivía el oso Yogui, un personaje de ficción infantil. Se estima que este supervolcán gigante ya entró en erupción en tres oportunidades en los últimos dos millones de años y que cuando vuelva a despertar no pasará inadvertido ya que lo haría con una fuerza equivalentes a mil bombas como las que fueron arrojadas en Hiroshima. La explosión se oiría en todo el mundo y las cenizas y el gas que emanaría, alcanzarían la atmósfera en segundos, el cielo se oscurecería, caería una lluvia negra y la temperatura bajaría entre cinco y diez grados en todo el planeta. Ese desolador invierno podría durar años o décadas. Serían consecuencias mucho más severas que las acaecidas con la erupción de Tambora, que provocó en 1816, un año sin verano, ya que éste fue frío y lluvioso en los Estados Unidos y en Europa, con las consecuencias propias de un evento tal, un desastre para las cosechas y el comienzo de hambrunas generalizadas a nivel mundial.
Igualmente, se cree que algunos de los grandes cambios climáticos del planeta, e incluso extinciones masivas como las de los dinosaurios, fueron provocados por cometas o asteroides que chocaron contra la Tierra. Lo mismo podría ocurrir con los seres humanos. Se calcula que hay casi mil asteroides de más de un kilómetro de diámetro cuyas órbitas cruzan la órbita terrestre, por lo que es cuestión de tiempo que uno de ellos choque contra la Tierra, (esto lo aseguró la Agencia Espacial Europea). Aún así, este tipo de fenómenos suele suceder cada millón de años, aunque si eso ocurre desaparecería más del 90% de la población mundial.
Afortunadamente, en este caso, el ser humano no vive más de un siglo por lo que difícilmente nos tengamos que enfrentar a un acontecimiento apocalíptico de la envergadura de los comentados anteriormente. Evidentemente, ante la superpoblación que vive el planeta, a menudo convivimos con desastres naturales que asolan determinadas zonas con la consecuente desgracia humana. Inundaciones, sequías, terremotos, erupciones volcánicas, huracanes… copan los titulares de los informativos mundiales mes tras mes, pero en ninguno de los casos las amenazas son mayores por el momento.
Es evidente que todo lo anteriormente citado sucederá y que la presencia humana en el planeta, si no se auto-aniquila antes, pasará por serios retos hasta que el ser humano acabe extinguido. Al fin y al cabo, sólo hace dos millones de años de su existencia, con la aparición del homo habilis, (el primero con denominación de humano), y 150.000-200.000 años desde la irrupción del homo sapiens en un planeta que se formó hace más de 4.500 millones de años. Eso sí, el planeta seguirá su curso independientemente de todo lo que suceda en su superficie y de si tiene o no vida humana o animal. No hay que olvidar que la Tierra será habitable “solamente” durante 500 millones de años más, (otros dos mil más si el nitrógeno desapareciera de la atmósfera), debido a su total dependencia del Sol y al 10% de aumento de la luminosidad que se prevé que en éste se producirá en los próximos mil millones de años. Además, la Tierra también tiene sus días contados, ya que acabará siendo absorbida por el Sol dentro de unos 5.500 millones de años cuando el calentamiento gradual que se produzca en el Sol lo convierta en Gigante roja y se expanda unas 250 veces su tamaño actual hasta abarcar la órbita terrestre.
Por muchos seres supremos que ideemos para que velen por nosotros, tanto nuestra existencia como la de nuestro planeta, tienen los días contados.

martes, 7 de agosto de 2012

EL COMBUSTIBLE DEL FUTURO

Hace unos meses oí hablar de que Tata Motors, -aquellos que tienen en el mercado el Tata Nano, un coche que salía a partir de un precio de 2.000 dólares-, iban a lanzar al mercado un coche que se movía gracias a un motor de aire comprimido, el Tata Mini Cat. Por lo visto, esto era la culminación práctica de un desarrollo que a mediados de los noventa diseñó la empresa francesa MDI.
Me vino a la cabeza una conversación que tuve con Vicente en Sevilla, un tipo con el que merece la pena conversar hasta del tema menos interesante del mundo, tan inquieto y entusiasta en la vida como apocalíptico en este tema. Estuvimos analizando todas las posibles alternativas energéticas. Más o menos estuvimos de acuerdo en que se iba a poder seguir  produciendo energía doméstica e industrial, de una u otra manera, con las tecnologías ya existentes, sin recurrir a los combustibles fósiles. Pero de todas las alternativas posibles que barajamos como combustible para vehículos autónomos sin conexión a red energética, no logramos encontrar ninguna que pudiera ser considerada una alternativa factible seria para encargarse de dar movilidad a la totalidad del parque móvil mundial. Lo que no recuerdo es que reparáramos en ésta alternativa, el motor de aire comprimido.
La verdad es que, nada más conocer la noticia, he de reconocer que me alegré de ver una alternativa en el mercado a los combustibles de origen orgánico. Una alternativa que no produjera emisiones de dióxido de carbono y que incluso sus emisiones estarían compuestas de aire limpia a unos veinte grados bajo cero. ¡Aire fresquita en nuestras ciudades! ¡Hasta iba a ser recomendable estar cerca del tráfico en pleno verano!
Evidentemente, nada más enterarme de la noticia me puse a indagar en el tema, en el mecanismo de dicho motor y en las prestaciones que podría tener un vehículo que utilizara esa tecnología. Ahí es cuando comencé a desanimarme. El motor es de 25 CV y la autonomía media apenas llega a los 150 kilómetros, un poco más de 200 en ciudad y apenas 80 kilómetros en carretera. En las comparativas que se hacían con los coches eléctricos que se están comercializando, las prestaciones eran menores y el coste del kilómetro era mayor (en torno a un 50% más), ya que la electricidad necesaria para llenar las botellas de aire comprimido, (realmente es la energía necesaria para comprimir el aire a la presión adecuada), era superior a la necesaria para recargar una batería de litio de las que usan los coches eléctricos. Además, el coste del vehículo es superior. La única ventaja importante del motor de aire comprimido es que no necesita de un material de existencia limitada para una implantación a nivel mundial. La limitación más importante del vehículo eléctrico, aparte de las bajas prestaciones actuales, es la escasez de litio,  componente fundamental para la fabricación de las baterías eléctricas, o más bien, las dudas generadas acerca de si se podrá cubrir el exorbitante aumento que sufriría la demanda mundial de este metal alcalino en el caso de implantarse este tipo de vehículos, debido principalmente a las dificultades de extracción con los métodos conocidos en la actualidad.
Está claro que las prestaciones de ambos motores que ya están en el mercado son bajas, pero los vehículos movidos gracias al motor de combustión tampoco rompieron la velocidad del sonido nada más nacer, por lo que yo soy de los que creen que con el tiempo se ganará en autonomía, se podrán pulir deficiencias y se podrán sortear las limitaciones, pero lo que está claro es que si el combustible de origen fósil ha comenzado el principio de su fin, debido principalmente a que la mayoría de los pozos petrolíferos ya han llegado a su umbral de producción, habrá que prepararse para buscar alternativas.
Creo recordar que Vicente y yo enumeramos, y descartamos, un gran número de las alternativas que ahora mismo se ven como factibles. Evidentemente, la principal alternativa actual radica en los biocombustibles, es decir, hidrocarburos obtenidos a partir de biomasa, que es como se denomina a toda la materia orgánica que se va a procesar para convertirla en combustible. Ya están en el mercado y hay vehículos que han adaptado su motor de combustión para adaptarlo a este combustible. Se denominan ecológicos porque aunque desprenden dióxido de carbono en su combustión, éste ya ha sido anteriormente absorbido del aire por tratarse de materia vegetal. Dentro de esta categoría yo también incluiría los combustibles obtenidos de desperdicios vegetales, de aguas residuales o a los distintos alcoholes producidos a partir de cereales como el etanol o el butanol. Todos ellos tienen una limitación evidente para cubrir el abastecimiento de las necesidades mundiales y no es otra que la capacidad de generación de los cultivos necesarios para su producción, (no aplicable al caso de las aguas residuales, que también son limitadas). Ni se sabe si es posible generar la materia prima necesaria, en coexistencia con los cultivos dedicados a fines alimentarios, ni se puede asegurar una producción constante a nivel mundial, ya que las cosechas no son constantes todos los años. Además, entraña un riesgo grave para la población mundial, como es la más que probable escasez de terrenos de cultivo y la generación de graves crisis alimentarias, como las que ya hemos vivido a pesar de que este combustible está comenzando a implantarse. Igualmente, los escrúpulos de las empresas energéticas pueden ponerse a la altura de las más despreciables y ya se ha visto como empresas pertenecientes a este sector han comenzado a comprar grandes superficies de cultivo en países tercermundistas y han empezado a hacer gala de sus mejores modales, dignos de denuncia en los informativos menos serviciales. Parece muy difícil que pueda implantarse como solución en caso de falta de petróleo con la población actual y sus estimaciones de crecimiento.
Parece ser que la energía solar no va a ser capaz de mover vehículos autónomos, al menos en el corto y medio plazo con las tecnologías conocidas, por lo que como alternativas futuribles habrá que esperar que la solución venga de los motores de hidrógeno, mediante pilas de combustible o fusión de núcleos de hidrógeno, ó agua , siempre y cuando haya algo de verdad en los muchos escritos realizados acerca de que ya existirían motores movidos por agua usando diferentes tecnologías, como la electrólisis o mediante la generación de hidruros, aunque todos esos escritos han sido duramente criticados. Sin embargo, utilizando técnicas parecidas, parece ser que se ha logrado gasolina sintética, basada en hidruros complejos obtenidos a partir de hidrógeno, a un precio asequible y sin emisiones de carbono a la atmósfera. Como todo lo que tiene que ver con los avances en tecnología energética, no hay información suficiente como para poder afirmar que pudiera ser una alternativa real.
Hay otras alternativas experimentales basadas en magnesio, arena-silicio ó Helio 3 que no parecen que puedan implementarse a corto o medio plazo, siempre y cuando pudieran ser viables, aunque siempre es positivo que haya posibles alternativas al apocalipsis petrolífero.
Tal y como le dije a Vicente, creo que tiene que haber alternativas bien guardadas en secreto, pues la evolución humana no está preparada para afrontar una crisis tal como el no poder desplazarse de manera autónoma. Supondría una involución sin precedentes y si no hay alternativa en el mercado se debe a que vivimos en una sociedad especulativa y en el que los que juegan con ventaja la hacen valer para su propio beneficio sin reparar en los daños que se causan y en un posible beneficio colectivo.
A pesar de todo, él insistió en que el apocalipsis está a la vuelta de la esquina y que en el momento en el que el petróleo escasee la sociedad va a estar condenada. No sé si es un punto de vista realista o pesimista, pero yo prefiero creer en el ser humano, que siempre ha salido triunfador de los distintos retos a los que se le ha enfrentado. Evidentemente me refiero a la comunidad científica, no a la escoria tanto dirigente como influyente en este mundo cruel.

martes, 17 de julio de 2012

EL GATO DE SCHRÖDINGER

El otro día vi a un compañero de trabajo con una divertida camiseta que decía en inglés, “libertad para los gatos de Schrödinger” y no pude evitar sonreír y acordarme de esta paradoja, que tanta controversia generó en la física cuántica moderna. Lo que más me preocupó es que no deparé en la originalidad de la camiseta y que tendría que haber sido adquirida en un lugar muy especializado para temas concretos o extraños y yo lo había asumido con total naturalidad.
Para quien lo desconozca, el experimento del gato de Schrödinger o paradoja de Schrödinger es un experimento imaginario concebido en 1935 por el físico Erwin Schrödinger para exponer una de las consecuencias menos intuitivas de la mecánica cuántica.
Este experimento mental consiste en imaginar a un gato que se encuentra dentro de una caja, junto a un curioso dispositivo formado por una ampolla de vidrio que contiene un veneno muy volátil y un martillo que pende sobre la ampolla de forma que la romperá al caer sobre ella. Si esto ocurre, escapa el veneno y el gato muere. El mecanismo que controla el martillo no es más que un detector de partículas alfa, acondicionado de tal forma que, si detecta una partícula alfa, el martillo se suelta, rompe la ampolla y el gato muere. En el caso contrario, el martillo permanece en su lugar, la ampolla no se rompe y el gato sigue vivo.
Una vez que se ha montado el dispositivo y el gato está cómodamente instalado en su interior, comienza el experimento. Al lado del detector se coloca un átomo radiactivo especial, que tiene una probabilidad del 50% de emitir una partícula alfa en un lapso de tiempo definido, (por ejemplo, una hora). Cuando ese tiempo haya transcurrido, el átomo ha podido emitir una partícula alfa o no, por lo tanto, el martillo puede haber golpeado la ampolla o no y, dependiendo de todo ello, el gato estará vivo o muerto. Por supuesto, no hay forma de saberlo si no se abre la caja para comprobarlo.
Aquí es donde las leyes de la mecánica cuántica hacen de este experimento algo mucho más interesante. Si se intenta describir lo que ocurre dentro de la caja con los principios de mecánica cuántica el resultado sería una superposición de dos estados combinados, mitad de “gato vivo” y mitad de “gato muerto”. Esto significa que mientras la caja permanezca cerrada, el gato estaría a la vez vivo y muerto, es decir, el estado del gato ha dejado de ser algo concreto para transformarse en una probabilidad.
La única forma de saber con certeza si el animal sigue estando vivo o no es abrir la caja y mirar dentro. En algunos casos nos encontraremos con un gato vivo y en otros con uno muerto. Según Schrödinger, lo que ha ocurrido es que, al realizar la medida, el observador interactúa con el sistema y lo altera, rompiendo la superposición de estados y el sistema se define en uno de sus dos estados posibles. Pero según el sentido común, resulta claro que el gato no puede estar vivo y muerto a la vez. Sin embargo, la mecánica cuántica garantiza que mientras nadie espíe el interior de la caja el gato se encuentra en una superposición de los dos estados vivo/muerto. Evidentemente, la sola idea de la existencia de un gato “medio vivo” es un atentado contra el sentido común.
Esta paradoja ha sido objeto de gran controversia tanto científica como filosófica, hasta el punto de que el genial Stephen Hawking dijo que cada vez que escuchaba hablar de ese gato, le daban ganar de sacar su pistola, aludiendo al suicidio cuántico, que era una variante del experimento de Schrödinger.
Evidentemente estamos hablando de física teórica, aquella en la que no se podían comprobar distintos aspectos físicos como la dirección de giro de los electrones o las desintegraciones atómicas y se basaban en probabilidades fidedignas.
Lo curioso es que esta paradoja es muy aplicable a la vida real, ya que en muchos casos no nos es posible obtener la información real acerca de algo o de alguien y se realizan suposiciones, por lo que extrapolando la paradoja de Schrödinger, todo aquello que desconocemos pero que creemos que tiene una considerable probabilidad de haber sucedido estaría en los estados “mitad sucedido” y “mitad no sucedido”. Afortunadamente, la vida real y la interacción social nos permiten un margen más alto de imprecisión que la física cuántica y nos dejan incorporar variables como la especulación, la intuición, el deseo y el descrédito para así no dejar una situación de la que no podemos tener pruebas para analizar lo sucedido más que a partir de la versión de los protagonistas o de los testigos, si es que hubo, en “mitad sucedido” o “mitad no sucedido”. Evidentemente, ese estado sería el más correcto, pero dejaría infrautilizadas un gran número de nuestras cualidades humanas consistentes en especular con la posibilidad de lo sucedido, intuir lo que ha podido suceder, intentar hacer que parezca que ha sucedido lo que se desea o desacreditar a alguno de los protagonistas, de los testigos o el acontecimiento en sí mediante la denostación, entre otras cualidades.
No sería buena idea utilizar las propiedades físicas para nuestra vida cotidiana pues le quitaría todo el encanto de las distintas facetas en las que se basan nuestras relaciones personales y en las que, en muchos casos, hay que dar opinión de qué se piensa acerca de algo aún cuando la información que se posee no es concluyente para poder dar una opinión formada. Se acabarían las especulaciones que son las que dan forma a la gran mayoría de las opiniones que vertemos en nuestras relaciones interpersonales o incluso en los distintos artículos de opinión y sobretodo se acabaría el arte de la manipulación que es la actual “gran” cualidad humana, aquella que vierte una opinión de forma interesada para provecho propio o de un individuo o grupo afín.
Yo, llegado a este punto, prefiero que el gato de Schrödinger siga en estado mitad vivo y mitad muerto, siempre y cuando no se logre abrir la caja, antes de dar una opinión formada. Por otro lado, que la caja pudiera ser abierta sería lo deseable, no sólo para saber la verdad, sino para desenmascarar a los continuos manipuladores que se aferran a cualquier indicio de duda para imponer su opinión o su deseo de realidad y que incluso siguen viendo al gato de la misma manera aunque la caja haya sido abierta y el resto vea otra cosa.

martes, 10 de julio de 2012

LA ÚLTIMA VEZ

Hace bien poco viví una experiencia que estoy casi seguro que va a ser la última vez que la viva. Normalmente, cuando hacemos algo o estamos en algún lugar no pensamos en que pudiera ser la última vez que la vivamos o la última vez que estemos allí, porque pensamos en la fácil posibilidad de repetir la experiencia o en la permanencia e invariabilidad de los lugares, aparte de que sólo nos lo podríamos plantear si la experiencia vivida o el lugar en el que estamos nos produce placer o buenos recuerdos. El caso es que como era más que consciente de que las posibilidades de repetir esa experiencia eran nulas, la viví con total intensidad, disfrutando enormemente del momento. Un gran momento, puesto que la nostalgia ya la había dejado de lado en el momento de la consciencia de que pudiera ser la última vez.
Esto me llevo, de repente a la ultra-repetida frase “Vive cada día como su fuera el último”, que yo modificaría a “Vive cada momento como si pudiera ser el último”, puesto que creo que el ser humano no está capacitado para vivir cualquier día como si fuera el último de su vida, ya que acabaría siendo víctima de la ansiedad en pocos días, incluso horas. Sí que estoy de acuerdo en vivir los momentos con intensidad, pero creo que todo tiene un punto de equilibrio y no hay ser humano preparado para vivir absolutamente todos los días de su vida con esa intensidad.
Una vez que aquel momento terminó y aún seguía disfrutando de su intensidad y su recuerdo reciente, comencé a recordar otros momentos en los que había disfrutado de una sensación idéntica, debido a que muy pocas veces somos conscientes que estamos delante de una experiencia que no volveremos a repetir. Recordé, casi al instante, mi último día de universidad, el instante en el que salía por la puerta de la Facultad de Nuevas Tecnologías de la Universidad de Valladolid con mi proyecto Fin de Carrera recientemente entregado y satisfactoriamente evaluado. Me vino el flash en el que según me alejaba, paré, miré atrás y me puse a observar el edificio en el que había concluido una experiencia de más de seis años, con momentos interesantes, divertidos y tortuosos (estos últimos acentuados por  la Ley de Reforma Universitaria). En este caso la sensación que percibí fue de triunfo y de dejar atrás una etapa que no quería volver a repetir, pero también fue muy aliviante experimentar dicha sensación, una despedida que tanto había deseado que llegase de esa manera. Algo parecido me pasó poco antes al abandonar el piso en el que había vivido toda esa época con mis entrañables compañeros de viaje, aunque en ese momento la sensación fue satisfactoria por la cantidad de experiencias y momentos felices vividos, siendo la despedida muy nostálgica. Me vinieron otros recuerdos, como cuando cambié de trabajo, acabé el Instituto o abandoné mi pisito de Montmartre de vuelta para España después de seis meses trabajando en París. Posteriormente, recordé otros vividos con menor intensidad o con mayor amargura, estos últimos estaban totalmente influenciados por momentos nada gratos, en el que eres consciente de que es la última vez que vas a ver algo o estar con alguien muy a pesar tuyo.
De todos estos momentos, se puede ser consciente cuando se realiza un cambio importante en la vida o cuando se cierra una etapa para comenzar otra, bien por necesidad, por obligación, por circunstancias o porque el ciclo de la vida y la sociedad suelen marcar unas pautas que casi todos seguimos y nos lleva a lugares y situaciones diferentes. Sólo somos conscientes de ello cuando vislumbramos un cambio importante, pero no cuando los cambios son sutiles, relativos o progresivos. En el primer caso se puede tener consciencia de que pudiera darse el caso de que no se volviese a repetir la situación, el momento o el lugar en el que estamos, tanto para bien como para mal, así como otros relacionados con el entorno o el condicionamiento. En el segundo caso, no se suele ser consciente hasta que se echa la vista atrás y se comprueba que las circunstancias son muy diferentes a las anteriormente dadas, que éstas han ido cambiando progresivamente y que es muy difícil (o, en casos extremos, imposible), que se vuelvan a dar ciertas circunstancias o condicionantes para repetir esas vivencias, puesto que nunca sabemos lo que depara el futuro y sin tener en cuenta circunstancias dramáticas, todos podemos recordar la última vez que vimos a una persona importante o a la que teníamos mucho afecto, que llevamos tiempo sin ver y que podría ser que por las circunstancias tanto de uno como de otro no volvamos a ver nunca y sin embargo el última día que lo vimos no percibimos que fuera a ser nuestro último momento juntos. Seguramente, de haberlo sabido, el comportamiento de ambos seguramente hubiera sido diferente.
Igualmente pasa con ciertos lugares donde se vivieron experiencias muy gratas y que, aunque podamos volver al lugar de la acción, o acciones, éstas serán totalmente diferentes, por los condicionantes y los protagonistas con los que se vivieron dichas vivencias. La mayoría de las veces, aunque el entorno sea idílico y sólo la simple estancia nos produzca felicidad, suelen ser los protagonistas y el entorno humano el que nos da el valor añadido de los recuerdos.
De estas cosas, sólo se es consciente cuando estamos iniciando un cambio en nuestra vida, o estamos en proceso. Es sólo es en ese momento cuando podemos estar ante la última vez que veamos a alguien con quien tenemos cierta empatía de manera consciente, aunque siempre esperanzamos que alguna enrevesada circunstancia nos haga volver a coincidir, por lo que no solemos manifestar dichas sensaciones o si lo hacemos, suele ser de manera muy sutil, para evitar dar cierto toque de despedida a una situación que puede ser cuasi cotidiana.
La verdad, es que hay muchas experiencias, circunstancias y situaciones que desearía volver a revivir. Posiblemente, en algunos casos no será posible revivirlas con ciertos protagonistas que desearía o en las circunstancias deseables, pero espero no olvidarlas para al menos tener consciencia de cuándo fue la última vez.

martes, 3 de julio de 2012

TODO O NADA

Es curioso cómo se pasa del blanco al negro en apenas instantes. Es algo que nunca he sido capaz de asimilar, cómo se pasa de ser todo para alguien a no ser absolutamente nada o viceversa, de no ser absolutamente nada pasar a ser absolutamente todo. Cuando esto ocurre hay algo que me perturba, como si fuera incapaz de asimilar cambios tan drásticos. Puede deberse a que todo es una hipocresía en la que estamos envueltos continuamente y que todo está basado en cubrir necesidades por lo que quien es utilizado para cubrir dichas necesidades es alguien que pasa de ser innecesario a ser totalmente vital e imprescindible hasta que estas necesidades dejan de existir o se generan otras, momento en el cual se prescinde de ese alguien que se utilizó para cubrir las antiguas necesidades, ahora obsoleto o no adaptable para cubrir las nuevas.
Creo que en realidad ese paso no es tan drástico y no se cae desde tan arriba o no se sube desde tan abajo, (aunque creo que es realmente que no se sube tan arriba, sino que se exagera la sensación). Esto es extrapolable a todos los campos, no sólo al afectivo o al sentimental. Ahí están los ejemplos de los continuos mitos caídos o los nuevos mitos que emergen para sustituir a los suprimidos por el hartazgo, el fracaso o la decepción, sin deparar en lo que se ha aportado o lo que han aportado. Es algo caduco de lo que hay que deshacerse y la maquinaria sigue su marcha sin importar lo que queda atrás.
Realmente lo que es drástico es la caída, porque el ascenso suele ser lento y si es más rápido es por cubrir unas necesidades imperiosas, bien afectivas, bien sentimentales o bien de resurgimiento de un nuevo ídolo público. Todo esto suele dejar un vacío propio de la sociedad en la que vivimos, algo parecido al proceso de adquisición, consumo y desecho. Se adquiere una nueva amistad, pareja sentimental o un nuevo ídolo personal o de masas para exprimirlo en beneficio propio y desecharlo cuando las necesidades, los objetivos o las preferencias han variado. Parece ser que estamos expuestos, al consumo humano por parte del resto de los propios humanos. Se puede decir, por tanto, que no somos más que recursos humanos, tal y como la economía más liberal nos denomina, la forma más inhumana en la que se puede hacer referencia a un ser humano. Al fin y al cabo un recurso no es más que un elemento disponible para resolver una necesidad o llevar a cabo una empresa, es decir, algo a lo que dar un uso para beneficio de quien lo utiliza.
Todo esto no es de extrañar, no es más que el reflejo de nuestros hábitos cotidianos y de los cambios que se han producido en los últimos años en nuestra sociedad. Una sociedad que ha pasado de consumir lo que necesita a generar la sociedad del consumo. Supongo que igual que anteriormente se le daba más valor a las cosas materiales que se tenían alrededor, ahora se ha pasado a conceptos como la obsolescencia programada y al “pasado de moda” que hace que lleve a los individuos de esta sociedad a la práctica más exagerada del usar y tirar, incluso lo definiría como comprar, apenas usar y tirar. ¿Por qué no ha de reflejarse eso también en las relaciones humanas del tipo que sean? Es la cultura que nos han impuesto y que creemos que hemos decidido nosotros mismos, pero hemos nacido con ella o se nos ha ido imponiendo a pequeñas dosis, tan pequeñas que lo tomamos como decisiones propias. Igual que cualquier recurso material es desechado en el momento en el que la necesidad que se tiene hacia él ya no es tal, o se descubre otro recurso más útil para cubrir dichas necesidades, se opera de la misma manera con las personas o recursos humanos. Será por eso que las relaciones afectivas o sentimentales también son menos duraderas y se empieza a generar la sociedad del individuo, esa sociedad en la que sus componentes son capaces de funcionar sin la necesidad de interaccionar entre ellos más que para satisfacer ciertas necesidades propias de cada uno.
Es de suponer también que, por todo ello, ya apenas quedan ídolos permanentes en casi ningún campo artístico, (música, cine, pintura, escultura, literatura…), y hay que recurrir a los ídolos del pasado, de décadas anteriores o de siglos pasados, porque los que actualmente surgen son tantos y tan efímeros que ni somos conscientes de su caída o desaparición, víctimas del consumismo compulsivo que los puso en el top y los quitó de allí a los pocos días meses o años, muchos de ellos pasando inadvertidos incluso cuando fueron encumbrados. Igualmente pasa con los ídolos deportivos, que en cuanto su carrera comienza a decaer o se retiran, pasan al ostracismo, sin ser recordaros a posteriori por sus gestas o momentos de éxito.
Al final, la sociedad no es más que el reflejo de lo que genera y eso se traslada también a los individuos que la conforman, que igual que consumen arte, espectáculos, actividades varias y recursos materiales, acaban siendo consumidores de amistades y sentimientos, generando la sociedad del individuo, un individuo cada vez más aislado y que sólo interactúa como parte de ese consumo organizado y que en el momento en el que lo que consuma no le satisfaga, volverá a su reducto o saldrá en busca de nuevas adquisiciones, generando una sociedad que interacciona sólo por el interés personal, apoyado además, por un amplio catálogo de recursos materiales que le harán más llevadera y entretenida su soledad y que le generarán las suficientes interacciones virtuales como para satisfacerlo. Es por ello que los sentimientos acaban siendo condicionados a estas necesidades y pasan a formar parte de este mercantilismo acentuado exponencialmente, siendo fácilmente suprimibles en el momento en el que no se adaptan a las necesidades del momento.
Esperemos que la historia siga siendo cíclica y que estos tiempos de liberalismo económico radical (neoliberalismo) que se ve reflejado sobre los miembros que componen esta sociedad, sigan resquebrajándola hasta que pueda de nuevo asomar la cabeza el socialismo y todos sus subgéneros, donde los recursos humanos vuelvan a ser personas con quienes compartir momentos y sentimientos, o la vida en general, y no se utilicen sólo para cubrir necesidades puntuales, pudiendo interaccionar e incluso generar sentimientos mutuos con otros seres que no se adapten a unas necesidades puntuales.

martes, 26 de junio de 2012

LAS CIRCUNSTANCIAS DE LA VIDA

Muchas veces me he puesto a imaginar cómo pudiese haber afectado a mi vida muchas de las decisiones que he ido tomando a lo largo de ésta y que han podido afectar a su transcurso. A veces esas decisiones han sido livianas, azarosas o impulsivas, como puede ser el aparecer en un sitio de forma totalmente improvisada y conocer a alguien que posteriormente pasase a ser importante en mi vida y con la que realizase gran parte de mis actividades y que pudiese influir en parte de la toma de mis decisiones posteriores. Otras veces han sido decisiones más importantes y en las que incluso no he estado totalmente convencido de la decisión tomada. Lo que está claro es que nuestra existencia ha de convivir con múltiples circunstancias azarosas que hacen que se produzca un cambio importante en el transcurso de ésta, muchas veces de forma voluntaria, intentando aprovechar lo que creemos que es una oportunidad que se nos presenta, otras veces de forma inevitable, pudiendo en este caso ser víctima de alguna situación que a la vez no era deseada, y otras de forma casual, en la que, por lo general, no damos importancia a lo sucedido o lo tomamos como un acontecimiento más del día, pero que influirá notablemente en nuestro futuro. Incluso se podía añadir en este último caso la concatenación de casualidades que nos pueden llevar a conocer a una persona que en futuro será influyente o decisiva en nuestra vida. Sólo hay que analizar cómo conocimos a nuestros mejores amigos o a nuestras distintas parejas, las circunstancias en las que las conocimos, el porqué nos encontrábamos en el lugar del encuentro tanto nosotros como ellos y las personas que nos acompañaban tanto a nosotros como a ellos.
Siempre afirmo que el camino que hemos recorrido en esta vida ha dejado en la cuneta muchos otros caminos alternativos que no hemos querido tomar, no hemos podido tomar, no nos hemos atrevido a tomar o no nos hemos dado cuenta de que estaban allí y que el azar también se ha encargado de posibilitar esos caminos, tanto el que hemos seguido como los que hemos dejado atrás. Además, como no hay oportunidad de dar marcha atrás, siempre pensamos, (orgullosos que somos todos), que hemos tomado el mejor camino y que los que hemos dejado de lado, tanto consciente como inconscientemente, no eran mejores. Yo creo que no es así, que nos hemos dejado muchas oportunidades por el camino, que no hemos visto, no hemos sabido aprovechar o hemos descartado por una decisión más o menos meditada, pero las decisiones hay que tomarlas y equivocadamente o no se toman.
Esto siempre me ha llevado a preguntarme sobre si mi vida sería idéntica si se volviese a producir, debido a la gran cantidad de factores que no controlamos o que no somos capaces de percibir, motivado por nuestro estado general o particular en el momento en el que nos encontramos con algún acontecimiento tanto positivo como negativo, circunstancia tanto favorable como adversa u oportunidad tanto de mejorar como de empeorar nuestra vida futura. Ya sé que esto es sólo un ejercicio de memoria y de imaginación, pero sería curioso si se pudiese volver a vivir o se viviesen varias vidas en paralelo y ver lo diferentes o lo semejantes que pudieran ser cada una en función de la cantidad de elementos circunstanciales no controlados con los que nos encontramos a lo largo de ella y que influyen de una manera más o menos importante en el transcurrir de ésta. Personalmente, creo que habría diferencias muy notables entre unas y otras. Puede ser que se deba a que no creo en el destino y mucho menos en la predestinación, pero sí que creo que aunque nuestras personalidades puedan ser similares en casi todas ellas, el devenir sería bastante diferente, incluso la influencia que nosotros hemos realizado sobre otras personas también variarían por lo que se incrementa aún más el factor aleatorio ya que un pequeños cambio en el transcurso de nuestra vida podría modificar notablemente la vida de otro. Es más, creo que las personalidades también se moldean en función de las experiencias vividas y de las compañías con las que te has compartido la vida y han podido influir en mayor o menor medida sobre ella, sobre todo a edades más tempranas que es donde realmente se cimentan.
Todo esto me llevó a pensar acerca de los triunfadores y preguntarme sobre si triunfarían en otras vidas o es que están de suerte y están viviendo la mejor de las vidas que les pudiese haber tocado vivir. ¿Los genios volverían a ser genios en otras vidas paralelas? ¿Los grandes amasadores de fortuna partiendo desde la nada volverían a tener la misma suerte o las mismas grandes ideas que los llevaron a vivir en el lujo y la comodidad? ¿Las más influyentes personalidades volverían a tener tal poder de influencia? ¿Los triunfadores del espectáculo o de las artes triunfarían en todas sus vidas o se verían truncados esos triunfos en otras vidas debido a que en ésta han tenido la mayor de las suertes?
Lo que sí que está claro es que el simple hecho de nacer donde nace se nace haría que todas estas vidas paralelas tuvieran unos parámetros e influencias comunes. Esto motivaría, seguramente, que mucha gente que tuviera un carácter excesivamente sumiso o poco inquieto, se viera condicionado en todas esas vidas a absorber de las mismas fuentes gran parte de las capacidades y experiencias que moldearán su personalidad futura, por lo que posiblemente, todas las veces que hubiese vivido su misma vida, éstas pudieran ser muy similares todas y cada una de ellas, incluso poco pudiesen variar los protagonistas principales de su vida, salvo enfrentarse a acontecimientos excepcionales que pudieran truncar o modificar enormemente el transcurrir de alguna de ellas. Sin embargo, creo que, partiendo del espíritu rebelde que una gran mayoría de las personas tenemos tanto en la infancia y sobretodo en la adolescencia, nuestras distintas vidas pudieran tener unos devenires muy diversos en cuanto a los protagonistas y los acontecimientos vividos en nuestra vida. Posiblemente, en casi todas de ellas estaríamos ubicados en el mismo escalafón social, pues éste viene casi totalmente influenciado por el entorno en el que hemos nacido, salvo los casos dados anteriormente entre interrogaciones u otros que serían totalmente contrarios, pues igual que hay grandes triunfadores, sin duda que también hay grandes derrotados y podría ser que estuviesen viviendo su calvario en esta vida, pero no en cualesquiera de las otras vidas que pudieran vivir en dicha muestra.
Todo esto me surge cuando veo entre los grandes triunfadores de nuestra época (tomando como patrones de triunfo los de reconocimiento social, popularidad o nivel económico) a auténticos inútiles afortunados o cuando veo como auténticos inútiles o esperpentos mentales llevan una vida relativa cómoda, muchas veces debido a un golpe de fortuna que ni siquiera ellos han sabido apreciar como tal, mientras que otra gente más brillante se ha encontrado con numerosos inconvenientes, muchos de ellos desafortunados, que hacen que tengan que luchar día a día por llevar una vida más o menos modesta, limitada o condicionada. En la primera lista, la de los grandes triunfadores, incluiría, sin dudar, a gente como Belén Esteban, “el Pocero” o los tres últimos presidentes de este país, pero esta lista podría ser extremadamente larga, por lo que no voy a intentar hacerla. De la segunda lista no voy a nombrar a nadie, ya que serían gente más o menos próxima a mi entorno y yo soy de dar las opiniones personales a las personas afectadas, antes hacerlas públicas, pero en el momento en el que estoy escribiendo esto, ya me han venido a la mente unos cuantos nombres tanto para la listas de los inútiles con fortuna como para la lista de los brillantes desafortunados.
Para ver todo esto de lo que aquí hablo, no hay más que hacer todo un ejercicio recordatorio de toda nuestra vida y ver todos los grandes acontecimientos que nos ha deparado. A partir de aquí habría que analizar el porqué de esos acontecimientos y sus circunstancias, así como los antecedentes próximos y remotos de dichos acontecimientos. Seguramente todos ellos están condicionados por unas circunstancias muy caprichosas que hubiesen podido provocar que el camino llevado para desembocar en dicho acontecimiento pudiera haberse truncado con facilidad y haber hecho que nuestra vida hubiese tomado otro camino diferente y los sucesos, experiencias y protagonistas futuros de nuestra vida podrían haber sido modificados de una forma severa.
La verdad, es una pena que no sea posible tener muestras diferentes de vidas paralelas que llevásemos. Con ello podríamos dar respuesta a las preguntas que siempre todos tenemos. ¿Qué sería de mi vida su hubiese dicho que sí o hubiese hecho aquello en aquel momento tan decisivo? Podríamos ver como decisiones livianas podrían modificar enteramente nuestra vida futura e incluso comprobar hasta qué punto somos capaces de dirigir nuestra vida o de dejarla expuesta a las circunstancias aleatorias. Creo que todo esto ya lo pensó Robert Zemeckis cuando escribió el guión de “Regreso al futuro”.