lunes, 3 de junio de 2013

EL SENTIDO COMÚN

Mi primer trabajo, una vez terminados mis estudios universitarios, fue en TelePizza S.A. Tras un par de meses buscando trabajo fui seleccionado en un muy peculiar proceso de selección en el que buscaban un Informático de Sistemas que hablase francés con el objetivo de desempeñar todas las funciones profesionales propias del puesto en Francia, donde TelePizza acababa de adquirir 28 tiendas distribuidas por todo el país.
Tras un mes y medio de formación en las oficinas de TelePizza situadas por entonces en un MiniPark de El Soto de La Moraleja, me trasladé a París donde trabajaría entre seis meses y un año realizando dichas funciones junto con otro compañero, Andrés, para poner en funcionamiento las oficinas, las tiendas que aún no habían abierto y realizar todas las tareas de soporte y mantenimiento de la compañía en territorio francés. Una vez sentadas las bases, que debería ser a partir de los seis meses de estancia, sólo se quedaría uno de los dos informáticos.
Aunque en Andrés encontré una gran alianza de cara a asentarme en una ciudad nueva en la que no conocía a nadie, no tuve la misma suerte en el terreno profesional. Desde un primer momento, se desentendió en demasía de las funciones importantes, debido a sus limitados conocimientos, y dejó que yo llevara el peso funcional de todas las tareas importantes, convirtiéndome así en el único nexo de comunicación con las directrices que venían de las oficinas centrales. Funcionalmente, que no jerárquicamente, Andrés era mi ayudante, algo que se acrecentó con el paso del tiempo. Sin embargo, mis relaciones con el director del mercado francés nunca fueron nada buenas, a pesar de que fui avisado desde Madrid de las particularidades de dicho personaje. Desde un primer momento tuvimos importantes roces y la relación se deterioró de una manera considerable debido a una mutua animadversión. Tampoco ayudó en nada el que rehuyese su grupo de adulación, formado por el subdirector y un par de ambiciosos supervisores, que entre todos aglutinaban la mayor parte de los defectos más odiosos que puede tener una persona. Por estos motivos, tras los seis meses de rigor, yo fui el elegido para volver a las oficinas de Madrid, dejando a Andrés al mando de las tareas del mercado francés, ante el estupor de la casi totalidad de los jefes de tienda, entre los que se encontraban una decena de españoles desplazados para inculcar la metodología de trabajo. Cuando volví a España lo primero que me comentó Juan Carlos, el director del departamento de Informática, es que el director del mercado francés había recomendado mi despido, pero que si yo quería seguir él mediaría para que eso fuera así, ya que sabía que se dichas recomendaciones se debían a criterios personales y que en esos momentos les iba a ser muy útil porque podía incorporarme en cualquier área de su departamento y, además, TelePizza tenía un plan de expansión en Bélgica y Marruecos.
El caso es que me incorporé en el área de explotación que dirigía Suso, principalmente orientado a dar soporte a las más de 500 tiendas que, por entonces, TelePizza tenía en España, así como a la instalación de nuevos establecimientos.
Un par de meses después de mi vuelta, tuve la evaluación profesional. No es que esperase una gran calificación, pero Suso conocía perfectamente tanto el trabajo que había desempeñado en Francia como el que estaba desarrollando en su área de trabajo. Las calificaciones de dicha evaluación fueron bastante flojas en tres de los cuatro bloques de los que constaba, algo que le repliqué que era injusto. Él me dijo que no podía evaluarme mejor con los antecedentes que traía, pero que en el último apartado, donde se evaluaba principalmente el sentido común y la toma de decisiones, me había dado la máxima puntuación y él la consideraba las más importante. Recuerdo que reaccioné diciéndole que para mí era el punto menor importante ya que “el sentido común lo tiene todo el mundo”. Me contestó diciéndome que me sorprendería de la poca gente que logra tener buenas puntuaciones en ese bloque y que el sentido común suele brillar por su ausencia.
Según la RAE, el sentido común es la facultad que tenemos de juzgar razonablemente las cosas. Dicha facultad nos permitiría distinguir todo lo que nos rodea: el bien, el mal, la razón y la ignorancia.
Las funciones que tradicionalmente se le atribuyen son conocer las diferentes cualidades captadas por los sentidos externos y establecer una comparación entre dichas cualidades, conocer los actos u operaciones de los sentidos externos y distinguir los objetos reales de las imágenes fantásticas. Es decir, el sentido común no entiende, sino que siente las sensaciones externas. Se dice que el sentido común regula el acto del sentido externo y lo hace consciente, por lo que se puede concluir que el sentido común utiliza los sentidos externos como instrumentos de los que se sirve para llegar al conocimiento del objeto.
Socialmente se podría decir que el término “sentido común” describe las creencias o proposiciones que parecen, para la mayoría de la gente, como prudentes, más adecuadas o idóneas, sin depender de un conocimiento esotérico, de investigación o de estudio, por lo que se puede decir que el sentido común vendría a ser la capacidad que tiene un individuo para comportarse y tomar decisiones de la forma más razonable en pos del bien común y del proceder más eficaz y todo ello a partir de las percepciones externas o de la regulación de los sentidos.
En aquel momento en el que Suso me habló de la carencia de sentido común sólo me acordé de Andrés, que carecía completamente de sentido común, pero lo curioso es que esas palabras que Suso me dijo en su día las he recordado en innumerables ocasiones, debido, principalmente, a la cantidad de gente que he conocido o con quien he coincidido en todo este tiempo, con muy poco sentido común, algunos en toma de decisiones concretas, otros en la mayoría de sus comportamientos. Por algo se dice que es el menos común de los sentidos.

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