lunes, 15 de julio de 2013

EL PRINCIPIO ANTRÓPICO

Desde los 15 años hasta que acabé la universidad siempre tuve la misma carpeta archivadora, todo ello a pesar de la fuerte oposición de mi madre, que cada vez que la veía decía que le daba vergüenza que siguiera con ella con todas las que tenía vacías en el armario. Pero es que dicha carpeta estaba llena de muchos recuerdos. Entradas de casi todos los conciertos a los que había ido, fotos de las chicas famosas que más me habían inspirado, diversas pegatinas, montones de frases mías y de mis compañeros del instituto, diversas caídas al vacío desde un tercer piso, (cosas de los compañeros de clase)… El caso es que lo intenté, pero el apego que tenía hacia ella hizo que me acompañara hasta el final de mis estudios.
En el centro de la carpeta, al lado de mi querida Samantha Fox había una frase bien remarcada que se podría considerar mi primer aforismo escrito. Recuerdo que dicha frase surgió en una clase de Filosofía en la que estaba en plena batalla naval con el Chopo. El profesor estaba explicando a Descartes y citó su famoso aforismo “Pienso, luego existo”. En ese momento le dije al Chopo, de forma muy simplista, rozando la idiotez adolescente con la que tanto disfrutábamos, que sin una buena frase no se podía pasar a la historia. Acto seguido escribí en el centro de mi carpeta, en mayúsculas, y de manera que pareciera improvisada, “La razón de nuestra existencia está en la propia existencia”, y puse debajo mi firma “J.F.”. El Chopo cuando lo leyó no paró de reírse y comenzó a contárselo a Nicol y Mariano, que estaban al lado, bajo la connotación de que era mi primera frase filosófica. El caso es que cuanto más lo contaba, más orgulloso estaba yo de mi primer aforismo y lo remarqué hasta que cada uno de los trazos que componían cada letra alcanzó su máximo grosor posible.
Recuerdo que le intenté explicar varias veces que el hecho de la existencia humana era casual, que había sido un proceso evolutivo que había acabado en el origen del ser humano y que no había otra razón más que esa, que era como buscar explicación a la existencia de cualquier otro ser u otro objeto existente en el Universo, una concatenación azarosa de sucesos que había culminado en la existencia de ese ser u objeto a partir de los elementos básicos que formaban el primitivo Universo y no había que buscar más explicaciones de origen místico. Y que era a partir de aquí, desde nuestra existencia, desde donde se busca la explicación de todo lo que nos rodea. Por muy casual que fuera nuestro origen, existíamos, por lo que no quedaba más remedio que ir hacia atrás a buscar nuestro origen, o la razón de nuestro existir. Era una manera de expresar que nuestra existencia había sido una concatenación azarosa de sucesos.
Sin saberlo, pues aún no había oído hablar de ello, me estaba postulando como defensor del principio antrópico, ese principio que viene a enunciarse de forma generalizada como que “el mundo es como es porque hay seres que se preguntan por qué es así”. Dentro del campo de la cosmología, el principio antrópico establece que cualquier teoría válida sobre el universo tiene que ser consistente con la existencia del ser humano, lo que conduciría a la tautología que dice que “si en el Universo se deben verificar ciertas condiciones para nuestra existencia, dichas condiciones se verifican ya que nosotros existimos”, es decir, cualquier teoría acerca de la naturaleza del Universo debe permitir la existencia del ser humano y de cualquier ente biológico basado en el carbono, más aún en este momento y lugar concretos del Universo.
El concepto del principio antrópico se le debe al astrofísico teórico australiano Brandon Carter, que en un simposio celebrado en Varsovia en 1973 en conmemoración del 500 aniversario del nacimiento de Copérnico dijo, en referencia al principio copernicano que afirma que “los seres humanos no ocupan una posición privilegiada en el Universo”, que a pesar de que nuestra situación no es necesariamente ser el centro del Universo, es inevitablemente privilegiada en cierta medida, ya que como observadores de éste, cualquier argumentación acerca del origen del Universo ha de tener en cuenta la existencia de vida en la Tierra en la actualidad, ya que de lo contrario, ninguno de nosotros existiríamos en este momento.
No obstante, la idea básica del principio ya había sido utilizada anteriormente por el físico experimental estadounidense Robert Henry Dicke en el libro “El principio de equivalencia y las interacciones débiles” que publicó en 1957 donde reseña que "La edad actual del Universo no es casual sino que está condicionada por diversos factores biológicos que deberían concluir con la existencia del ser humano que considera el problema". Igualmente, una formulación equivalente hizo el antropólogo y biólogo británico Alfred Russel Wallace, conocido por haber propuesto una teoría de evolución por medio de selección natural que motivó a Charles Darwin a publicar su propia teoría. Publicó en 1903 “El lugar del hombre en el Universo” donde afirma que "un Universo tan vasto y complejo como el que sabemos que nos rodea puede que sea absolutamente necesario para producir un mundo tan adaptado al desarrollo de una vida que habría de culminar en la aparición del ser humano."
Es evidente que el principio antrópico viene a ser, dentro de la comunidad científica, un enunciado tautológico, es decir, una obviedad, pero sí que sirve de punto de partida, para, a partir de un punto evidentemente cierto, poder ir buscando las distintas explicaciones a todo aquello que desconocemos de nuestros orígenes. Igualmente sirve de punto final, conclusión u objetivo de toda investigación o teoría que parte desde un punto inicial muy anterior.
Lo más gracioso de todo, en relación a mi aforismo, fue cuando me encontré con el libro “Los hermanos Karamazov” en donde su autor, Fiódor Dostoyevski, dice que “el misterio de la existencia humana no está sólo en poder vivir, sino en encontrar una razón por la que vivir”. Ese fragmento me refrescó la frase ubicada en mi carpeta archivadora y que siempre me acompañó en mi última época de estudiante. Para colmo, según mi aforismo, el misterio de la existencia humana está sólo en el puro sentido de vivir, o de la propia existencia, por lo que, sin saberlo, le había quitado a Dostoyevski todo el misterio de la existencia humana.
Es curioso, pero a pesar del tiempo que ha pasado de aquello y de que a Dostoyevski no creo que le hubiese gustado mi simplicidad con respecto a sus palabras, me reafirmo en dicho enunciado. Casi nadie busca una razón por la que vivir, se vive sin más, con todas las emociones, percepciones y vivencias que eso conlleva, adaptándose a ella o dándole algún pequeño giro para que la adaptación o el enfoque de la vida sea más personal y sólo se buscan razones para vivir cuando la vida parece un absurdo.

lunes, 1 de julio de 2013

EL COMPORTAMIENTO GREGARIO

Tras cursar mi primer año de Bachillerato en un internado de Valladolid, volví a mi ciudad natal para continuar mis estudios de B.U.P. en el segundo instituto de la ciudad y que tanto mi promoción como la siguiente íbamos a inaugurar. Era el instituto Mixto 2 y que durante el curso siguiente sería bautizado como I.B. Vela Zanetti en honor de un pintor de la zona.
Al volver me encontré con el problema de que no podía contar con mis amigos de siempre. Antonio y Jesús seguían estudiando en el mismo internado de Valladolid en el que me a mí, afortunadamente, los responsables del centro no me habían permitido continuar, y Marcos tenía pareja. Por todo ello, tras un tiempo sin tener con quien salir los fines de semana, empecé a quedar con José Carlos, Juan Pedro, Chavi y Julio, y más tarde Misis. Ellos fueron mis compañeros de batallas durante algo más de un año, hasta que Antonio y Jesús volvieron y empezaron a quedar con Marcos, cuando éste dejaba en casa a Paloma, pues tenía un horario de vuelta a casa muy severo. Empecé a compaginar a ambos grupos. Quedaba con José Carlos y compañía a media tarde y, sobre las doce, que era la hora en la que ellos se solían ir, me unía a mis amigos de siempre, con los que pasaba el resto de la noche. Con el tiempo, acabé quedando solamente con Marcos, Antonio y Jesús, pues solía acabar muy perjudicado quedando con ambos grupos y, además, el grupo de José Carlos ya era muy numeroso, pues se había unido mucha gente para salir con ellos.
Fue ahí cuando empezamos a hacer pandilla, ya que, por entonces, se unió a nosotros Fernan y, posteriormente, Míguel, (hermano de Fernan), y su amigo Javi. Un par de años después se unirían a nosotros Rule y Ropecho. Era una pandilla heterogénea aunque no había ninguna dificultad en decidir las cosas que hacíamos. Teníamos gustos musicales diferentes, pero encontramos unos gustos comunes como cuadrilla que utilizábamos para amenizar nuestras meriendas, viajes y reuniones, así como una ruta que incluía muchos lugares a los que ir cada noche que, sin planificación alguna, comenzó a convertirse en habitual. Igualmente, ideológicamente, comenzamos a tener una visión muy similar, de izquierdas, (algunos más que otros), pero donde el PSOE se situaba a nuestra derecha. Hasta nuestro grito de guerra “Viva la que se meaba de pie” surgió de manera espontánea en una noche de fiesta en Langa de Duero, donde Antonio aseguró haber visto a una mujer en tales circunstancias, todo ello sin que ninguno de los demás nos diéramos cuenta de ello, pese a tenerla a escasos metros. Evidentemente, dicho grito de guerra lo plasmamos en el reverso de la camiseta de grupo que nos hicimos para las fiestas de Aranda.
Con el tiempo, comenzamos a encontrar nuestra zona de confort. Bares como “El Gato Invisible”, en donde nos podíamos pasar todo la noche a solas con Félix, el dueño, con nuestras amenas tertulias políticas, y el “Kilombo” o el “Anubis”, los preferidos para nuestros desfases más sonados. Posteriormente, acabaría siendo el Vayvén el lugar que los sustituyó. Esos lugares, seguramente, no eran los preferidos de todos, pero eran los preferidos del grupo como tal. Tampoco había ningún problema a la hora de acudir a conciertos fuera de Aranda, pues la cuadrilla tenía sus gustos comunes. Así fue como Marcos, Fernan y yo nos fuimos “a dedo” a Madrid para ver tocar a Siniestro Total en Las Ventas, donde los demás no pudieron ir por circunstancias diversas, entre otras cosas porque éramos menores de edad. Pero en cuadrilla nos fuimos a ver a Los Ramones en Valladolid, a Rosendo en Hontoria del Pinar, a Los Suaves en Salas de los Infantes o a Siniestro Total y Tijuana in Blue en Melgar de Fernamental, entre otros muchos conciertos a los que asistimos por entonces.
Me di cuenta de que eran los gustos de la cuadrilla y no de que tuviéramos gustos en común cuando a Marcos le oí maldecir, años después, que una cosa que no volvería hacer es ir hasta Melgar a ver un concierto de Tijuana in Blue. También yo, he de reconocer, que pasar tantas horas en “El Gato Invisible”, aislados del mundo, no me hacía mucha gracia. Estoy seguro de que si preguntara a todos los demás, uno por uno, acerca de esto, me encontraría con que todos en alguna ocasión o circunstancia hicimos algo o acatamos algún dictamen de la cuadrilla sin coincidir con sus gustos o preferencias.
Es ahí donde comprendí que la cuadrilla tomaba sus decisiones propias, sin planificación alguna, con mayor influencia por parte de unos que de otros miembros en ciertos casos, pero en la que todos opinábamos y proponíamos y, de manera no planificada y casi espontánea, se generaban unas decisiones que eran las que todos seguíamos. Me di cuenta entonces de que los miembros de la cuadrilla habíamos tenido durante años un comportamiento gregario.
El comportamiento gregario describe cómo los individuos de un grupo pueden actuar juntos sin una dirección planificada. El término se suele aplicar al comportamiento de animales en manadas y a la conducta humana durante situaciones y actividades, tales como las burbujas financieras especulativas, manifestaciones callejeras, eventos deportivos, disturbios sociales e incluso la toma de decisiones, juicio y formación de opinión de todos los días.
Un grupo de animales huyendo de un depredador muestra la naturaleza del comportamiento gregario. Cada individuo miembro de un grupo reduce el peligro para sí mismo al moverse tan cerca como sea posible al centro del grupo que huye. Entonces, parece que la manada actúa como una unidad en movimiento conjunto, pero su función emerge del comportamiento no coordinado de individuos que buscan su propio bienestar.
Evidentemente, este tipo de comportamiento no es único de nuestra cuadrilla sino, más bien, un comportamiento generalizado de todas aquellas cuadrillas que no tengan definido uno o unos líderes firmes que asuman la toma de decisiones. Lo más lógico es llegar a una toma de decisiones basada en los gustos comunes y en la que ningún miembro de la cuadrilla se vea desplazado, para la supervivencia de ésta.
Lo más gracioso es que buscando en el origen de las decisiones que acabaron siendo comportamiento generalizado del grupo o decisiones de la cuadrilla, hay influencias de la gran mayoría de los miembros del grupo, por lo que es de suponer que el comportamiento gregario ha de ser, por lo tanto, el comportamiento generalizado en cualquier grupo unido sin una causa concreta más allá que la de buscar estar juntos para satisfacción y disfrute colectivo.
Es posible que, aparte de todos los cambios que todos desarrollamos a los largo de nuestra vida, principalmente con la aparición de parejas sólidas y de las situaciones laborales, es ahí donde puede estar uno de los orígenes del final de las cuadrillas de la adolescencia y de la juventud, en dejar de acatar el dictamen de la cuadrilla, en dejar de tener un comportamiento gregario.