martes, 28 de enero de 2014

EL ENGAÑO DEL NEOLIBERALISMO

Hace un tiempo el programa “La noche temática” de TVE emitió el documental “La doctrina del shock”, basado en el libro “La doctrina del shock, el auge del capitalismo del desastre”, de la periodista canadiense Naomi Klein. En dicho documental se muestra como las políticas económicas neoliberales la Escuela de Economía de Chicago y del profesor Milton Friedman, (galardonado con el premio Nobel de Economía en 1976), habían sido impuestas en países con modelos de libre mercado a través de impactos en la psicología social a partir de desastres o contingencias adversas, provocando que, ante la conmoción y confusión, se pudieran hacer reformas muy impopulares, que serían inaceptables por la población en situaciones normales.

En el documental se repasan las distintas actuaciones para aplicar esta doctrina. Comienza con las transformaciones económicas realizadas en Sudamérica, que se utilizó como banco de pruebas, a partir del golpe de Estado dado por Augusto Pinochet en Chile, (que derrocó al presidente electo Salvador Allende), y que fue ejecutado con la financiación y apoyo de la CIA por orden del presidente de los Estados Unidos, Richard Nixon. En esta parte se analiza la necesidad de la tortura para la imposición de políticas neoliberales, (impopulares todas ellas), asociadas a la terapia de choque. Algo parecido se realizó en Argentina, a partir de la instauración de la dictadura militar tras el golpe de estado, ejecutado por los comandantes de las tres Fuerzas Armadas argentinas, que derrocó al gobierno peronista encabezado por  María Estela Martínez de Perón. También se analiza como esta terapia de choque fue aplicada sin necesidad de situaciones tan extremas como las de Argentina y Chile. Así, Margaret Thatcher las impuso aprovechando el populismo obtenido a partir de la victoria de Inglaterra en la Guerra de las Malvinas, mientras que en Bolivia se adoptaron con el asesoramiento del economista Jeffrey Sachs para mitigar la abultada deuda externa contraída en los gobiernos militares de los años 70.

La crisis financiera asiática de 1997, que provocó la quiebra de Tailandia y que golpeó duramente a Indonesia y Corea del Sur, provocando fuerte devaluaciones monetarias en Malasia, Filipinas, Taiwán, Hong Kong y Laos, entre otros, fue una nueva oportunidad para la introducción de terapias de choque una vez que el Fondo Monetario Internacional tuvo que intervenir con la creación de paquetes de rescate. Igualmente, países como Rusia y Polonia, inmersos en transición económica por la caída del bloque soviético, y Sudáfrica, tras la transición económica posterior a la supresión del bloqueo internacional debido a la abolición del apartheid, acogieron estas medidas de neoliberalismo y libre mercado.

Ni qué decir tiene que otros momentos como los atentados del 11-S en 2001 o la crisis financiera originada en 2008 tras el estallido de la burbuja inmobiliaria y el hundimiento de los productos derivados de las hipotecas “subprime” que acabó quebrando grandes empresas, colapsando el sistema financiero y generando abultadas deudas exteriores en los países de la Eurozona son campo de cultivo idóneo para imposición de políticas neoliberales de terapia de choque, aprovechando las delicadas situaciones por las que pasaban las economías de ciertos países, y como moneda de cambio de los paquetes de rescate económico que recibieron.

Sin embargo, tal y como advierten cada vez un mayor número de economistas de prestigio, este fundamentalismo económico se ha venido imponiendo gracias a la voluntad del poder financiero y al protagonismo mediático que se ha dado a todo tipo de economistas afines a este poder, tal y como comentaba en la anterior entrada “El Nuevo Capitalismo”. Trabajos de carácter predominantemente ideológico y propagandístico como los de Alberto Alesina y Silvia Ardagna, sobre la necesidad de la austeridad como medida estimuladora de crecimiento y de creación de confianza en los mercados financieros, y los de Carmen Reinhart y Kenneth Rogoff, que alertaron que el crecimiento de la deuda pública por encima del 90% del PIB llevaba a la recesión, explicando la crisis financiera actual en la Unión Europea por un exceso de esta deuda pública, todos ellos basados en una argumentación muy débil y criticados extensamente por sus errores y falsedades, han sido manuales de eficacia económica a seguir por la gran mayoría de mandatarios.

Entre los grandes errores y falsedades en los argumentos que sostenían el dogma de la economía neoliberal, se puede apreciar que Ronald Reagan no bajó el gasto público durante su mandato sino que lo subió, aunque lo hizo en el sector militar en lugar de en el social. Incluso es el presidente de Estados Unidos que más ha subido los impuestos en tiempos de paz, pues bajó los de las rentas superiores para aumentar los de la mayoría de la población, tal y como advirtió el economista estadounidense Paul Krugman, Premio Nobel de Economía en 2008.

Irlanda y España fueron dos de los países que están sufriendo la actual crisis de una manera más acentuada. Ambos estaban entre los discípulos aventajados de la escuela neoliberal, teniendo superávit en sus cuentas públicas y una deuda pública menor que la del promedio de la Eurozona. Ambos han sido acusados de estar en crisis económica por haber gastado demasiado cuando eran los países con el gasto público social por habitante más bajo de la Eurozona y sus Estados estaban en superávit.

Lo cierto es que la aplicación de estas políticas neoliberales ha profundizado aún más la crisis, (cuando eran medidas, sobre el papel, para salir de ella), deteriorando aún más la situación económica de los países en los que se han aplicado en los cuales se están alcanzando unos niveles de desempleo inéditos, con un deterioro alarmantemente del estado de bienestar y de la calidad de vida de las clases populares que son quienes más intensamente están sufriendo los efectos negativos del neoliberalismo. Igualmente, estas políticas están creando una enorme crisis democrática pues se están aplicando mediante la imposición de los partidos gobernantes, sin haber sido incluidas previamente en sus programas electorales.

Los únicos sectores sociales que apoyan tales políticas son las rentas superiores, las élites financieras y empresariales y las grandes empresas exportadoras, que son quienes se benefician de tales políticas, mientras que las clases populares, que son la mayoría de la población, se están oponiendo de manera generalizada. Si estas políticas continúan existiendo y aplicándose se debe al enorme poder de estas élites financieras, empresariales, mediáticas y políticas, en definitiva, de los grandes beneficiarios, y únicos, de esta crisis actual.

Aún así, éste es el sistema económico al que nos vemos sometidos, el capitalismo liberal o neoliberalismo, también llamado capitalismo especulativo o de casino, gracias a la desregularización del sector económico. Un casino, por cierto, en el que nos toca jugar a todos de forma obligatoria y que como bien sabemos, cuando de casinos se habla, la banca siempre gana.


martes, 14 de enero de 2014

EL NUEVO CAPITALISMO

Cuando era más joven siempre decía que la única ventaja que tenía el capitalismo era que hacía que la gente se buscase la vida para salir adelante sin necesidad de tutelaje por parte del sistema. Por lo demás, todo lo que veía en ese sistema era injusto, pues el capitalismo funciona gracias al sometimiento y la explotación que unos pocos países realizan sobre el resto, por lo que este sistema económico sólo funciona en poco más de una treintena de países, fracasando en todos los demás. Es más, incluso en los pocos países donde se puede decir que dicho sistema funciona, las clases sociales más elevadas someten y explotan a las clases sociales más desfavorecidas en la medida que les permite la legislación de cada país. Sin embargo, he de reconocer, que a pesar de lo injusto del sistema y viendo que es irrevocable una migración a otro tipo de sistema económico, echo de menos ese sistema de capitalismo productivo, pues en los tiempos actuales el sistema predominante es un subgénero de éste, denominado capitalismo liberal o neoliberalismo, basado en la especulación, en la no regulación de los mercados y en la falta de intervencionismos gubernamentales en materia económica, que condiciona la situación de las clases productivas o proletarias.

El neoliberalismo es el sistema que ha dominando la cultura política, económica y mediática de la gran mayoría de los países desarrollados desde los últimos treinta años, tras ciertos experimentos realizados en Chile o Argentina, aprovechando las entonces recién instauradas dictaduras militares.

Este sistema propone una limitación del papel del Estado en la economía, la privatización de empresas públicas y la reducción del tamaño del Estado hasta minimizar el porcentaje del PIB controlado o administrado directamente por el Estado, dejando en manos de las empresas privadas y de los particulares el mayor número de actividades económicas posible. Igualmente, propugna la flexibilización laboral, la eliminación de restricciones y regulaciones a la actividad económica, la apertura de fronteras para mercancías, capitales y flujos financieros, el aumento de las tasas de interés o la reducción de la oferta de dinero hasta lograr una inflación cercana a cero y evitar así el riesgo de devaluaciones de la moneda para minimizar los llamados ciclos del mercado, un aumento de los impuestos sobre el consumo y una reducción de los impuestos directos sobre la producción, la renta personal y los beneficios empresariales, la eliminación de regímenes especiales, la disminución del gasto público y la desregularización del comercio entro otras medidas, todo ello para permitir que el sector privado sea el único encargado de la generación de riqueza.

El que ha sido nombrado como el “gurú” del neoliberalismo, Ronald Reagan, comenzó su primera legislatura como presidente de Estados Unidos diciendo “el gobierno no es la solución, sino el problema”, (refiriéndose al sector público). Esta premisa, sirvió como explicación al origen de la crisis por la que pasaba Estados Unidos a principios de los años 80 y derivó en políticas públicas de recortes y austeridad que intentaban reducir el déficit y la deuda pública de los Estados Unidos. Dicho dogma creía que la crisis de entonces se debía a un gasto público excesivo que había ahogado con su peso a la economía, privando de fondos y recursos al sector privado imposibilitándolo a que actuara como motor de la economía.

A partir de esas premisas, los recortes se acentuaron predominantemente en los gastos públicos sociales, pues se asumía que la supuestamente excesiva protección social en legislación laboral, con unos derechos hipertrofiados y un abultado crecimiento salarial, estaba relajando a la clase proletaria trabajadora, (a la que se había redefinido como clase media), lo que provocaba una pérdida de competitividad y un aumento de los precios de los productos, lo que obstaculizaba la capacidad exportadora del país. Por lo tanto, se requería una batería de intervenciones públicas, que redujera dichos derechos laborales y sociales mediante la puesta en marcha de reformas laborales que tenían como objetivo disminuir igualmente los salarios.

Con el fin de llevar a cabo tales intervenciones públicas, todas ellas sumamente impopulares, era preciso poner en marcha una estrategia ideológica y mediática que tendría como objetivo hacer creer a la población que tales políticas eran las únicas posibles, advirtiendo de que no había alternativas. La estrategia consistió en subvencionar, directa o indirectamente, a investigadores académicos que dieran cierta evidencia científica y avalaran la necesidad, inevitabilidad y bondad de tales políticas para la situación económica. Serían estos economistas neoliberales, todos ellos profesores de conocidas universidades y todos ellos próximos al capital financiero, es decir, a la banca y otras asociaciones financieras, los que acaparasen las intervenciones en los medios de comunicación, debido a que todos ellos gozaban de grandes cajas de resonancia facilitada por su proximidad a líneas ideológicas del poder. Así, sus trabajos se convirtieron en la sabiduría económica convencional y el dominio de tal dogma fue absoluto en los medios de comunicación, priorizando a economistas patrocinados y financiados por el capital financiero, sobre otros economistas críticos con esta línea ideológica.

Casi al unísono que en Estados Unidos, dichas políticas fueron instauradas en el Reino Unido de la mano de Margaret Thatcher. Sus políticas económicas hicieron hincapié en la desregularización, (especialmente del sector financiero), la flexibilización del mercado laboral, la privatización de empresas públicas y la reducción del poder de los sindicatos, siguiendo el guión marcado por la Escuela de Economía de Chicago, precursora de dichas políticas.

A partir de entonces, este pensamiento político-económico se fue expandiendo a la práctica mayoría de los países desarrollados y las consecuencias de tal desregularización se han visto plasmadas en las sucesivas burbujas económicas tecnológica e inmobiliaria, ocasionando la quiebra del sistema. Un sistema que ha tenido que ser rescatado y reanimado por el intervencionismo de los estados con aporte de capital para reflotar dicho sistema económico quebrado. Un intervencionismo, por cierto, contrario a dichas directrices económicas, pero que ha servido para reanimar un sistema fracasado, que se ha vuelto a poner en marcha y a avasallar a una población que ya no tiene poder de decisión y ha claudicado ante sus representantes políticos alineados con este nuevo capitalismo.