miércoles, 12 de febrero de 2014

EL RECUERDO DE LOS OLORES

Cada vez que comienza el otoño, el barrio de mi infancia tiene un olor especial. Es un olor que no sabría decir a qué se parece, pero siempre que vuelvo al barrio donde viven mis padres, ese olor que aparece en las tardes soleadas de mediados o finales de Septiembre me traslada, momentáneamente, a mi época de adolescente. Es el olor del comienzo del curso, del fin del verano. Es el olor que mi mente asocia al otoño. Para mí es el olor del otoño. También el invierno para mí tiene un olor especial, también incomparable con otro tipo de olores. Me sucede a comienzo de las tardes soleadas de invierno y el recuerdo lo asocio a las tardes de partido. Era el olor que percibía cuando salía de casa camino a “El Montecillo”, para ver aquellos partidos de tercera que disputaba mi querida Gimnástica Arandina como local cuando era niño, o el olor que percibía cuando salía de casa dispuesto a jugar al fútbol en las categorías de aficionados con los distintos equipos que jugué, (Villalba, Berlangas, Arandilla o Pinilla). Todavía me sucede que cuando salgo de casa estando de visita a mis padres, me entra una nostalgia terrible de aquellas tardes de domingo que pasaba en aquellos “patatales” en los que jugaba domingo tras domingo durante casi una década.

Evidentemente, hay muchos otros olores que tengo marcados en mi subconsciente y asociados a situaciones pasadas. El olor de la lluvia primaveral me hace recordar mis momentos de la infancia en los que salía del clase y me iba a coger caracoles con mi amigo Óscar en los regachos cercanos al colegio. El olor del césped recién cortado lo tengo asociado a aquellas tardes que iba con mis amigos a echar una pachanguita detrás de las porterías de “El Montecillo” mientras entrenaba el primer equipo de la ciudad. El olor a cocido cuando llego a casa en invierno asociado a la vuelta del cole, donde no había rellano de barrio proletario que se librara de ese olor. El olor invernal de los pueblos castellanos, al humo generado por la madera en plena combustión, me devolvía a aquellas épocas en las que iba al pueblo a las típicas matanzas que se hacían regularmente por entonces. El cordero asado asociado a esas reuniones familiares que todavía seguimos haciendo regularmente con la justificación de cualquier celebración. El olor a cierto perfume femenino que hace que se te represente alguna vieja amiga, alguna antigua novia o alguna otra mujer que marcó algún período de tu vida.

Luego hay otros olores más personales o asociados a una experiencia concreta. Reconozco que cada vez que huelo a ponche, me dan náuseas. Aún lo tengo asociado a mi primera gran borrachera de la adolescencia y es algo que después de muchos años no he logrado superar. En el lado agradable suelen quedar otros olores, como aquel que te deja ella en las sábanas y que te hace que puedas disfrutar en su ausencia con sólo sentir su olor.

Por lo general, los olores evocan recuerdos intensos en muchas personas, aunque no en todas, pues dependerá del canal sensorial que cada persona haya desarrollado con mayor intensidad. Los canales visual, auditivo y sinestésico son los tres canales sensoriales del ser humano. El canal sinestésico hace referencia al canal de comunicación que conforman los tres sentidos más primitivos del ser humano, el gusto, el olfato y el tacto. La predominancia de uno de los tres canales de comunicación en cualquier persona dependerá de los estímulos recibidos durante los primeros años de vida.

El olfato y el gusto son sentidos directamente relacionados con el instinto de supervivencia y ambos están conectados por la faringe. Distintas reacciones fisiológicas de carácter químico hacen que uno funcione conectado con el otro. Como el olfato y el gusto se relacionan directamente con la comida y ésta es indispensable para sobrevivir, la evolución ha hecho que los mecanismos de la memoria se adapten para conservar la información percibida por estos sentidos, de modo que perdure en el tiempo.

Todos los órganos asociados a cada uno de los sentidos, (vista, oído, gusto, tacto y olfato), poseen una zona definida de la corteza cerebral. Estos órganos nos permiten el contacto consciente con el mundo exterior y por medio de ellos captamos información del medio que nos rodea. Por otro lado, existe un proceso llamado asociación cerebral por medio del cual el cerebro conecta las diferentes zonas de la corteza para relacionar recuerdos. Como el sabor y el olor poseen características muy propias y poco comunes, por lo general, es más fácil para el cerebro relacionarlos con formas, colores, texturas e incluso sonidos, que hacerlo de forma contraria, es decir, es más fácil relación un olor con un objeto que un objeto con su olor.

Los recuerdos de olores y sabores, generalmente, están asociados a situaciones de seguridad y estabilidad, comida y abrigo, por ello permanecen más tiempo en la memoria a corto y largo plazo. Ésta es una forma de asegurar la permanencia de la especie.

La capacidad para recordar olores concretos es sorprendente si se tiene en cuenta que las neuronas del epitelio olfatorio tienen una vida media de unos 60 días. Tras su muerte, son reemplazadas por otras células nerviosas que deben establecer de nuevo las sinapsis, o relación funcional de contacto entre las terminaciones de las células nerviosas. Mediante una extremada precisión en el recambio celular, en el que cada sustituta ocupa un lugar concreto, se logra que los recuerdos no desaparezcan.

Cuando se trata de la creación del primer recuerdo asociativo entre un objeto y un olor, el cerebro actúa de una forma particular. La primera vez que se asocia un objeto a un olor se crea un profundo recuerdo en el cerebro, algo así como que hubiera una memoria especial la primera vez que se huele algo, que es creada en el cerebro por las regiones del hipocampo y la amígdala, por lo que se puede concluir que el cerebro prioriza los olores. Por todo ello, recordamos los olores y los asociamos a personas, objetos o situaciones.

Hace un par de semanas volví a jugar a fútbol tras más de ocho años sin hacerlo, (en este caso fútbol-7). Sí que había jugado alguna que otra pachanga de fútbol-sala y fútbol-7, pero no en una competición organizada. Al llegar al campo esperaba encontrarme con ese olor a hierba húmeda o recién cortada que me traslada a aquellos recuerdos de partido inminente y que me provocan unas sensaciones similares a las de un adicto que no puede reprimir sus terribles ganas de calzarse las botas de fútbol. Sin embargo no fue así. Es lo que tiene el jugar en campos de césped artificial.


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