lunes, 31 de marzo de 2014

LAS DEPENDENCIAS ADQUIRIDAS

Recuerdo que la primera vez que estuve en la ciudad de Cádiz. Lo hice aprovechando unas vacaciones de Semana Santa, (todavía en mi época universitaria), que pasé con mis amigos Marcos, Jesús, Tomás y Pedro en Zahara de los Atunes. El mismo viernes, tras pasar el día viendo la zona sur de la provincia de Cádiz, intentar pasar a Gibraltar, algo que no pudimos culminar por nuestra aversión a ir identificados, y hacer paradas en Bolonia, Tarifa y Algeciras, decidimos ir a pasar la noche a Cádiz, a sugerencia de Marcos, pues era una ciudad que asociábamos a la buena fiesta y al divertimento. De aquella noche recuerdo principalmente dos cosas. Una es que estuvimos recorriendo todos los bares de Cádiz para ver si encontrábamos uno sólo que tuviera la cafetera encendida para que Pedro se tomara un café, pues por entonces, Pedro no era persona si no se tomaba una café después de cenar. De esa experiencia deduje que en Andalucía la gente no se toma un café después de cenar, algo que es bastante frecuente en Castilla antes de salir de fiesta. La otra cosa que recuerdo es que ir de fiesta a Cádiz un Viernes Santo es la peor idea del mundo, algo en lo que no reparamos ninguno de los cinco ateos que nos refugiábamos en Zahara de los Atunes para huir de la Semana Santa y de la toda la religiosidad y parafernalia propias de otras épocas inherente en esas fechas en este país de castañuela.

La verdad es que ése ha sido sin duda el café más famoso que Pedro se haya tomado nunca  y eso que se tomará unos cuantos cada día, no más que cervezas, pero dicha anécdota se la hemos recordado en múltiples ocasiones con el irónico reproche en el que siempre envolvemos este tipo de anécdotas, siempre acompañada de la ocurrencia de Marcos de ir a Cádiz de fiesta en Viernes Santo, aunque eso es algo de lo que todos fuimos responsables, pero es más gracioso si se le carga la responsabilidad a alguien.

Para Pedro, ese café era una dependencia adquirida, un hábito necesario o una necesidad psicológica, lo que podría denominarse una cuasi-necesidad, pues aun no siendo una condición indispensable para su vida, sí que se trataba de una necesidad social adquirida que dominaba una gran parte de su conducta y que surgía de un condicionante situacional.

Evidentemente todos tenemos estos tipos de dependencias adquiridas que muchas veces pueden ser pequeñas manías, adiciones o hábitos, que resultan no ser tan pequeñas cuando se ha de prescindir de alguno de ellos.

Con este tipo de necesidades no se nace. Son necesidades que se adquieren y no suceden sin ser ocasionadas. Cada persona moldea continuamente su forma de ser y de actuar, de acuerdo a  las influencias que recibe del medio que le rodea, al entorno social y a la propia forma de ser, según se va construyendo o moldeando la propia identidad y el estilo de vida personal o propio. Según se construye nuestro  sistema de creencias y valores, que definirá la actitud con la que afrontaremos la vida y el rol que desempeñaremos socialmente y que estará presente en toda situación o actividad que llevemos a cabo, pudiendo ser modificado por las exigencias de las circunstancias particulares, se van construyendo o adquiriendo, de forma paralela, nuestros hábitos, costumbres o dependencias que formarán parte de esa personalidad propia y que moldearán nuestras actitudes ante determinadas circunstancias.

Los valores, ideas, sentimientos y experiencias significativas definen los hábitos y las dependencias de cada persona. Por lo tanto, estos hábitos se crean, no se obtienen por herencia genética, se pueden volver necesidades y nos llevan a realizar acciones automatizadas que, ante circunstancias adversas y con el propósito final de llevar a cabo ese determinado hábito, puede modificar considerablemente nuestra actitud ante unas determinadas circunstancias o situaciones.

Pequeñas adiciones como el tabaco, el café, el alcohol, el uso abusivo de determinadas tecnologías, pequeños hábitos que llevamos a cabo repetidamente en momentos puntuales del día de forma inflexible, incluso el ejercicio puede considerarse una adición cuando es un hábito muy necesario debido a la descarga de endorfinas que provoca a quien lo pone en práctica, acaban siendo dependencias sin las cuales se trastorna nuestro proceder rutinario hasta el punto de poder llegar a padecer una ansiedad propia de un síndrome de abstinencia. Psicológicamente, estas necesidades surgen y activan el potencial emocional y conductual ante la aparición de los incentivos satisfactorios de la necesidad, debido a la tensión que conlleva el no poder poner en práctica dichos hábitos regulares.

Yo, como todos, tengo las mías. Cuando llego a casa después de salir de trabajar tengo que fumarme el cigarro que marca el comienzo del tiempo libre. Sin ese cigarro, las tardes no parecen ser las mismas y mi cuerpo y mi mente me recuerdan que hay algo que está transcurriendo de diferente forma hasta provocar que esté más pendiente de esa cuasi-necesidad que del resto de cosas que están aconteciendo o que estoy llevando a cabo. Consciente de ello, suelo ser complaciente con las manías de los demás, siempre que no me afecten considerablemente, pues seguramente esa pequeña manía pueda ser una dependencia adquirida.


martes, 18 de marzo de 2014

LAS CANCIONES DE NUESTRA VIDA

Mucha de la gente que me conoce no lo sabe, pero cuando yo era niño cantaba bastante bien, al menos eso era lo que decía quien me escuchaba, principalmente los amigos de mis padres, que en sus reuniones de sobremesa me solían tentar para que cantara, algo que acababa haciendo debido a la insistencia y a algún que otro incentivo en forma de propina. También me sirvió para ganar varios festivales de la canción en las colonias de verano que organizaba la empresa en la que trabajó mi padre y a las que acudí durante seis veranos de forma consecutiva. Mi repertorio estaba formado por una docena de canciones que me había aprendido entre las que destacaban “La mochila azul” de Pedrito Fernández, “Como un vagabundo” de Bertín Osborne o “La misma piedra” de Julio Iglesias, todas ellas muy influenciadas por los gustos de mis padres. He de reconocer que cuando, extrañamente, llega a mis oídos alguna de esas canciones que cantaba me acuerdo de aquellos momentos tan halagüeños para mí, a pesar de que pueda coincidir con alguno de mis amigos más íntimos de la infancia que no durará en vacilarme con la canción de turno, pues mis gustos musicales son muy diferentes a esas canciones.

Esas canciones me recuerdan ese momento, pero “Embrujada” de Tino Casal o “Barco a Venus” de Mecano hacen que me aparezca un flash mental de las fiestas del barrio de mi niñez, pues era la música que sonaba en las atracciones cuando yo apenas tenía ningún tipo de cultura musical.

Con la adolescencia fui marcado por otras canciones. Aún recuerdo el año que pasé en un internado de Valladolid cuando oigo el disco “Todos están muertos” de Ilegales, especialmente la canción “Ella saltó por la ventana”. Ese mismo año también me marcó “Bailaré sobre tu tumba” de Siniestro Total, que sonaba mucho en el Club Juvenil al que solía ir a jugar al billar con Álex cuando iba para Aranda.

En mi caso, fue en la época de la adolescencia cuando más canciones tengo asociadas a recuerdos. La entrada del directo de Siniestro Total “En beneficio de todos” comienza con la sintonía de la serie “Corrupción en Miami” y era como empezaban la gran mayoría de las veces que salía de marcha con los amigos, junto con “Acción” de Seguridad Social, aunque fue realmente la canción de “Cuánta puta y yo qué viejo”, (de Siniestro Total), la que pasó a ser el himno de la cuadrilla. Es curioso que unos cuantos años después ésta sea la canción lema del Vayvén, el bar que más frecuento cuando voy a Aranda.

La fiesta de fin de curso de C.O.U. está asociada al primer disco de Distorsión y era la banda sonora del primer coche que tuve, un Renault 5 rojo del 76 de tercera mano, que llegó a hartar a mis amigos de tanto montar en mi coche. Igualmente, la canción “No sé qué hacer contigo” de Barricada me traslada al antiguo Sonata, un pub que frecuentábamos por aquel entonces.

El grupo fetiche del piso de estudiantes que tuvimos en Valladolid fue Barón Rojo, muy a pesar mío, pero llegué hasta a aprenderme las letras de algunas canciones debido a la cantidad de veces que los oí, y si oigo el tema “Los rockeros van al infierno” me acuerdo de Marcos, el Bicho y el Chopo en posición propia del "Metal Hero", gritando la letra de la canción.

Evidentemente, igual que hay canciones que traen recuerdos de lugares o circunstancias, hay canciones que me recuerdan a personas. Por ejemplo, “La mataré” de Loquillo me trae de vuelta al mundo a Carmela, una amiga de la Universidad, “Tocaré” de Tahúres Zurdos me recuerda a Paloma, una antigua amiga de las épocas de instituto y universidad, “London burning’s” de The Clash me recuerda a César, mi compañero de instituto… Curiosamente, a todos ellos no los veo desde hace más de 15 años, aunque si oigo “El imperio contraataca” de Los Nikis pienso en mi amigo Mario, si no está cerca de mí en ese momento.

Del mismo modo otras canciones me pueden traer un determinado recuerdo. “I will survive” de Gloria Gaynor me recuerda mis seis meses en París, “M+M’s” de Blink 182 mis otros seis meses en China, “Pegado a ti” de Los Planetas me trasladan a mis repetidas estancias en Hendaya, “Surfin’ papa” de Mamá Ladilla me recuerda el I Curiel Rock, oír el “Waka-waka” de Sharika es visualizar el gol de Iniesta en la final del Mundial de Sudáfrica y el “I love it” de Icona Pop es retrotraerme a las vacaciones del último verano que pasé en la isla croata de Hvar.

Esta conexión entre canciones y recuerdos es debido a que la música pone en funcionamiento la parte del cerebro humano relacionada con la memoria por lo que se convierte en fuente evocadora de recuerdos. Al escuchar música, las neuronas conectan las melodías con los acontecimientos o emociones que se estén viviendo, lo que de nuevo será recordado cuando se vuelva a escuchar esa misma música. Es por eso que se tiene una asociación concreta entre canciones y recuerdos de determinados acontecimientos de nuestra vida y es por eso, igualmente, por lo que es fácil recordar las circunstancias o el lugar en el que escuchamos por primera vez una canción o un grupo que nos haya llamado poderosamente la atención en el momento en el que lo escuchábamos. En mi caso, por ejemplo, recuerdo con facilidad dónde estaba la primera vez que escuché a una buena parte de mis grupos predilectos o de las canciones que más me gustan o me han gustado enormemente en algún momento.

En fin, que continuamos, aún sin quererlo, construyendo, adaptando o actualizando la banda sonora de nuestra vida, pues todos los momentos importantes que vivamos y que tengan un telón musical de fondo provocarán que nuestro cerebro haga una relación entre ambos, volviéndolos a recordar irrevocablemente unidos. Es por ello, que habrá que tener cuidado si no queremos tener asociada una canción detestable a un acontecimiento que queramos recordar de por vida y viceversa. No pensaba yo que la función del disc-jockey pudiera ser tan importante.