miércoles, 20 de mayo de 2015

EL CONCEPTO DEL PRESENTE

Cuántas veces habré pensado en lo rápido que pasa el presente o en la volatilidad de éste, en que en el momento en el que estamos realizando una serie de pequeñas acciones, éstas pasan instantáneamente a formar parte de nuestro pasado y a ser víctimas o protagonistas de esos hechos, en función del resultado que hayamos extraído de dichas acciones. Siempre he llegado a la misma conclusión, que el presente, como tal, es efímero, un estado instantáneo en el que se realiza la transición entre el futuro y el pasado, siendo ambos infinitos por definición. Curiosamente algo muy parecido, aunque menos rotundo, que lo que en el siglo XVI pensaba el filósofo francés Michel de Montaigne: “No existe el presente, lo que así llamamos no es otra cosa que el punto de unión del futuro con el pasado”; o el escritor mallorquín Lorenzo Villalonga en el siglo pasado: “El presente no existe, es un punto entre la ilusión y la añoranza”.

A esta conclusión he llegado, debido a que cualquier cosa que se realiza pertenece al pasado, incluso las diferentes partes en las que podemos dividir una acción estaría formada por pequeños pasos que son devorados por el rodillo del tiempo, llevándolas al pasado de nuestra existencia de forma fulminante.

Por ejemplo, la lectura de la palabra o de la línea anterior ya pertenece al pasado y la lectura de las líneas posteriores pertenece al futuro, (puesto que aún quedan líneas más abajo no leídas), y es sólo la acción de lectura del texto total la que pertenece al presente, por lo que el presente es algo totalmente abstracto y necesita de una definición de intervalo de la acción para definirlo como tal. Se puede definir el presente como instantáneo o como inexistente, salvo que lo englobemos en acciones o actos finitos que se desarrollan en el momento. Incluso si lo incluimos en un gráfico del espacio-tiempo, el presente puede parecer infinitamente pequeño, o ser una parte de una secuencia mayor, dependiendo del intervalo de tiempo en el que lo queramos englobar, pero sería un intervalo de tiempo en el que la acción tiene lugar y está formado por infinitos instantes que han transitado desde el futuro hasta el pasado.

Es como si dividiésemos el tiempo actual en paquetes de tiempo en los que transcurre la acción y que hasta que ese paquete de tiempo no se ha dado por concluido se le denomina presente. Sin embargo, mientras transcurre un paquete de tiempo dedicado a una acción concreta, están transitando del futuro al pasado otros paquetes de tiempo menores, (contemporáneos al inicial y que forman parte de éste). Por ejemplo, mientras estoy escribiendo este texto, estoy formando un paquete de tiempo que cualquiera denominaría como acción presente. Si mientras tanto me he bebido un vaso de agua o me he fumado un cigarrillo, esos paquetes de tiempo habrían abarcado parte de este paquete de tiempo superior y, sin embargo, se considerarían parte del pasado, (paquetes de tiempo menor), mientras que la escritura del texto seguiría considerándose un acto presente. Igualmente, la escritura de este texto sería un paquete de tiempo englobado dentro de la acción presente de escribir en el blog, puesto que el blog ya tiene casi tres años y continúa actualizándose cada dos semanas, por lo que la escritura del blog sería un paquete de tiempo presente mayor, aunque realmente todas las entradas de éste forman parte de mi pasado, pero si hablo con referencia al blog debo utilizar el presente continuo, (presente + gerundio). Cuanto más se generalice, más grandes pueden ser esos paquetes de tiempo actuales y siempre habrá alguno que englobe la vida completa de cada uno, la de su generación, la del siglo en curso o incluso la existencia de ser humano o de la vida, todo dependerá del tema que se esté hablando y en qué medida se está haciendo, pero siempre formados por esos pequeños bloques de presente instantáneos. Por lo tanto, cuando se habla del presente, siempre se necesita acotarlo, pues en la práctica, éste estaría formado por distintas acciones presentes superpuestas de finitud diferente.

Nuestro pasado está formado por toda una concatenación de instantes que, en su momento,  conformaron nuestro presente. Evidentemente, lo que hicimos en el pasado tiene impacto en nuestro presente, al fin y al cabo no somos más que pasado o todo lo que somos está formado por acciones que realizamos en el pasado, que nos preparó para desarrollarnos en el futuro y así lo vamos realizando, escribiendo continuamente nuestro pasado mediante instantes, actos o acciones presentes de mayor o menor duración. Tal y como dijo el historiador británico Thomas Carlyle, “El presente es la viviente suma total del pasado”.

Nuestro futuro no está escrito, pero sí condicionado por toda nuestra historia, algo así como decir que nuestro pasado va a condicionar nuestro futuro y, por lo tanto, todas nuestras acciones presentes. Algo parecido a lo que decía el escritor francés Gustave Flaubert, (“El pasado nos encadena”). Ese futuro es un rodillo que mediante esas comentadas acciones presentes cuasi instantáneas se va acumulando en nuestro pasado una vez consumido, aunque también podría formar parte de los paquetes de acciones presentes cuando una de estas acciones va a prolongarse en el tiempo.
Sin embargo, partiendo de esa premisa de no acotación del presente o de las acciones presentes, que pudieran incluso englobar grandes periodos de tiempo, se puede llegar a opiniones como las del escritor español del siglo pasado Gonzalo Torrente Ballester, que dijo que “ni el pasado ni el futuro existen, todo es presente”, en posible alusión a que nuestra vida y todo lo que conocemos conforman el presente actual.

Como se puede ver, por mucho que el presente sea instantáneo, partiendo de unidades mínimas de tiempo, la R.A.E. define el presente como “el tiempo en que actualmente está uno cuando refiere una cosa”. Es por ello que cualquiera de las distintas definiciones de presente comentadas anteriormente tienen cabida en la definición dada por la R.A.E., ya que todo dependerá de la “cosa” a la que nos estemos refiriendo.


Por lo tanto, vivamos el presente, sin que nuestro pasado nos encadene y sin que la incógnita del futuro haga que nos olvidemos de vivirlo.

miércoles, 6 de mayo de 2015

LA ALEGRÍA DE DESGRACIAS AJENAS

En la entrada anterior hablaba de por qué nos reímos a partir de desgracias ajenas o de situaciones en las que un tercero sufre una pequeña desgracia o padece algún acontecimiento o percance desafortunado, a partir de situaciones inesperadas o incongruentes. Esto no es comparable a la alegría que produce la desgracia de un tercero, pues en la entrada anterior se hablaba de momentos cómicos a partir de un suceso desgraciado acaecido a alguien y la causa por la que nos genera risa, independientemente de que después del momento cómico pueda haber empatía hacia la persona que ha padecido ese momento desgraciado, mientras que en ésta se analizará la alegría que produce la desgracia de un tercero por el que, evidentemente, no se tiene ninguna empatía.

He de reconocer que este sentimiento lo he padecido en ciertas ocasiones a lo largo de mi vida, aunque nunca ha sido a partir de momentos desafortunados o de desgracias padecidas por gente cercana, pues nunca he sido lo suficientemente envidioso para alegrarme por la desgracia de algún “igual”. Sí que me ha pasado cuando he visto ver caer a corruptos, gente que se ha enriquecido ilícitamente, poderosos con prácticas poco lícitas…

Este fenómeno es el denominado “schadenfreude”, vocablo alemán sin equivalencia directa para casi ningún idioma que hace alusión al sentimiento de alegría o placer que provoca en uno mismo cuando terceras personas sufren un acontecimiento desgraciado. Literalmente se traduce como "daño-alegría" y significa disfrutar de las desgracias ajenas.

Está claro que la envidia desempeña un papel fundamental en este fenómeno. A la envidia nos conduce principalmente la percepción que tenemos de nosotros mismos en relación con la imagen general que impera en nuestro entorno, rivalidades forjadas, egocentrismo, una actitud vital negativa, (que se expresa como crítica, calumnia o injuria hacia personas más competitivas), el impulso a competir, (siendo la envidia un modo de rendición) y la inseguridad emocional o el sentimiento de inferioridad. Y la manifestación de la envidia suele tener dos claras vertientes: una es el malestar o el sufrimiento que provoca el éxito ajeno y otra es el regocijo que provoca el fracaso, caída o sufrimiento ajeno, siendo ambos sentimientos universales asociados al sentimiento de envidia.

En esta respuesta ante el dolor ajeno hay un factor decisivo, que es la opinión que se tenga de la persona que sufre, en función de si es buena o mala. En diversos experimentos con adultos, utilizando técnicas de imagen cerebral, se concluye que se siente poca empatía y mayor alegría por la desgracia del tercero, ante casos de desgracia ajena padecida por gente mal considerada, activándose en el cerebro el área de la expectación de premios, vinculada con el deseo de venganza. Sin embargo, este mismo experimento realizado con niños concluye que el cerebro de éstos reacciona de forma más empática, activándose de forma intensa las regiones implicadas en el procesamiento del dolor directo, como la ínsula y la corteza somatosensorial.

Explorando el cerebro se puede percibir que alegrarse del mal ajeno se correlaciona con la envidia que se tiene hacia el sujeto que cae en desgracia. Los sentimientos de envidia activan los nodos de dolor físico en la corteza cingulada anterior, y los centros de recompensa del cerebro, como el estriado ventral, se activan ante la recepción de noticias relativas a que algún individuo envidiado ha sufrido algún fracaso o desgracia. Es más, la magnitud de la respuesta del cerebro ante esta alegría producida por una desgracia ajena, podría predecirse a partir de la fuerza de la respuesta al sentimiento de envidia anterior. En este sentimiento de alegría malsana también está involucrada la oxicitina, pues los individuos que presentaban mayores niveles de esta hormona aumentaron sus sentimientos de alegría malsana ante la desgracia de un tercero mal considerado, así como sus sentimientos de envidia ante aconteceres afortunados por parte de este tercero.

Igualmente, el dominio de la política o del deporte son territorios privilegiados para la proliferación de sentimientos de alegría malsana, especialmente para aquellos que se identifican fuertemente con su partido político o con su equipo. En campos como la política o el deporte, en el que hay más capacidad a analizar los sucesos en virtud de nuestras ideologías o aficiones, la probabilidad de experimentar sentimientos de alegría malsana dependerá de si el daño lo está sufriendo la formación política o el equipo afín de un individuo o la parte contraria.

Estos estudios se basan en la teoría de la comparación social, por la cual cuando las personas que nos rodean tienen mala suerte provoca que se mejore la imagen que tenemos sobre nosotros mismos. Este fenómeno se acentúa en las personas con baja autoestima, pues son más propensas a alegrarse del mal ajeno que las personas que tienen una alta autoestima.

Hay un refrán alemán que bien a decir que “alegrarse de las desgracias ajenas es la alegría más bella, ya que proviene del corazón” (Schadenfreude ist die schönste freude, denn sie kommt von herzen). Puede que sea así. Reconozco que me alegro de las derrotas de cierto equipo y de que imputen y condenen a los políticos corruptos, pero creo que ser propenso a ello genera continua frustración y acabar siendo un individuo insano y hostil. Prefiero quedarme con el aforismo del filósofo alemán de principios del siglo XIX y de origen prusiano Arthur Schopenhauer: “Sentir envidia es humano, gozar de la desgracia de otros es demoníaco”.