jueves, 21 de julio de 2016

EL AZÚCAR MORENO

La primera vez que viví en piso compartido fue cuando me fui a Valladolid a cursar mis estudios universitarios y lo hice con otros cuatro amigos, de los que ya he hablado alguna vez. Y una de las primeras cosas que hay que definir cuando se comparte piso es qué se organiza de forma en común y qué no, por lo que hay que definir hasta dónde llega la propiedad comunitaria, es decir, qué productos se consideran de necesidad básica y por lo tanto son comunitarios, lo que significa que son financiados de forma conjunta, y cuáles han de ser financiados por quien los quiera.

Ese fue nuestro primer dilema, aunque, por lo general, como todo lo que tenía que ver con la alimentación y el mantenimiento del piso era conjunto, no solía haber problemas. Hasta que Roberto (al que todos llamábamos por su apellido materno, “Haro”) dijo que él quería azúcar moreno. Como todo se votaba, se decidió que el azúcar moreno era un gasto considerado como “superfluo” y que andar comprando dos tipos de azúcar no era lógico. Incluso realizamos catas para ver qué diferencias había, decidiendo que se compraba el azúcar blanco, pues no encontramos ninguna mejora que justifique un precio más elevado. Así que Roberto se compró su propio azúcar moreno, puesto que el comunitario era el azúcar refinado, azúcar de más pureza, algo que recordaba de la visita escolar que hice juntos a mis compañeros de clase a la desparecida azucarera de Aranda de Duero, donde aprendimos cómo se elaboraba el azúcar a partir de la remolacha.

El azúcar es sacarosa, un disacárido de donde nuestro organismo obtiene glucosa y fructosa, que utiliza como fuente de energía y que le aportan cuatro calorías (Kcal) por gramo. Estas calorías se conocen como “calorías vacías”, ya que proceden de un alimento que aporta energía pero ningún otro nutriente, algo lógico, ya que el uso primordial que tiene el azúcar es el de edulcorante, no el de servir como nutriente. Por cierto, la recomendación de consumo de azúcar está establecida en un máximo de 50 gramos al día.

La sacarosa (C12H22O11) es un compuesto que se extrae de la caña de azúcar o de la remolacha azucarera, en los que está presente en una proporción de casi el 20%. En las zonas tropicales se obtiene de la caña de azúcar (el 80% de la producción mundial proviene de este vegetal) y en el resto del mundo se obtiene de la remolacha, ya que es más resistente al frío.

La producción mundial de azúcar es de unos 170 millones de toneladas, siendo Brasil el principal productor con casi un 25% de la producción mundial. En España se produce algo más de un millón de toneladas de azúcar al año y más de 99% de la producción nacional procede de la remolacha.

El procedimiento de obtención de azúcar refinado a partir de la caña de azúcar o de la remolacha es muy similar. Una vez que llegan los vegetales a la azucarera, se lavan y se trocean en finas tiras llamadas cosetas que serán introducidas en un intercambiador de calor con agua caliente de donde se extrae la sacarosa de las cosetas mediante difusión, (el mismo proceso que al poner una bolsa de té en agua caliente). Cuando el proceso ha terminado, se retira la pulpa sobrante que será aprovechada como alimento animal, y toda la sacarosa queda en el agua, junto con otras partículas (no-azúcares), conformando el jugo de difusión. Este jugo es bastante ácido y contiene impurezas, por lo que ha de pasar un proceso de depuración, en el que se le añade cal diluida en agua para aumentar el pH, evitando que la sacarosa de descomponga por la acidez y logrando que precipiten parte de los no-azúcares al combinarse con la cal, y dióxido de carbono, para que precipiten el resto de los no-azúcares y la cal sobrante. Tras ser filtrado con diversas técnicas, se obtiene un jugo purificado que es una disolución azucarada con un contenido de un 15% de azúcar. Este jugo pasará por un proceso de evaporación hasta que su contenido en azúcar sea del 70% y por un proceso de cocción hasta convertirlo en cachaza donde llega al 90% de concentración, momento en el cual se la cristaliza, añadiendo una cantidad de cristales de azúcar de muy pequeño tamaño, denominada siembra, sobre los que va cristalizando la sacarosa, para obtener una masa que estará formada por cristales de sacarosa y por una solución, llamada miel madre o melaza, formada por el azúcar que no ha cristalizado y por no-azúcares. Esta masa será centrifugada para separar los cristales de sacarosa de la miel madre, obteniendo el azúcar refinado que será secado, enfriado y envasado.

Las operaciones de cristalización y centrifugación se repetirán un par de veces más, y tras extraer toda la sacarosa cristalizada posible, quedará una solución de azúcar residual no cristalizable que recibe el nombre de melaza y que será empleado para alimentación animal o la obtención de etanol.

El azúcar moreno es un tipo de azúcar de color pardo y se puede obtener mezclando azúcar refinado con melaza o mediante el método de cristalización por el cual durante el proceso de centrifugación se deja parte de la miel madre o melaza en los cristales de sacarosa. Ha de tener un contenido de sacarosa de al menos el 85% (suele tener en torno al 95%) y cuanta más melaza contenga el azúcar, más grande y más oscuro será el grano, y menor será su poder edulcorante, al ser también menor su proporción de sacarosa.

Posiblemente, debido a que el azúcar moreno es menos edulcorante que el azúcar refinado, en aquel momento desechamos la idea de cambiar de azúcar, aunque la idea de considerar como gastos superfluos a cualquier tipo de alimento se eliminó poco después y cualquier tipo de alimento era financiado de forma comunitaria. No sé si fue por coherencia ante tal estupidez o porque no hubo acuerdo en qué tipo de licor considerar como comunitario, pues no todos bebíamos lo mismo, pero el caso es que en casa siempre tuvimos dos tipos de azúcar, aunque el asegurar que siempre hubiera azúcar moreno era trabajo de Roberto.