martes, 28 de marzo de 2017

EL DEJAR DE FUMAR

Llevo un año sin fumar. El último cigarrillo que me fumé lo hice el 30 de Marzo de 2016, (el 29 me fumé sólo uno) y recuerdo que me supo a gloria, después de llevar casi 20 años fumando sin interrupción, (a excepción de dos días, en una pequeña prueba que me hice ocho años atrás para ver si era capaz de estar un día sin fumar).

Elegí dejar de fumar en el momento menos adecuado, ya que fue unos días después de volver de vacaciones de Fuerteventura y tenía acumulada una gran reserva de tabaco en casa. Curiosamente, justo antes de tomar el avión de retorno a Madrid, estando en el aeropuerto de Fuerteventura, me enteré de la muerte de Johan Cruyff tras no haber superado un cáncer de pulmón. Johan Cruyff había dejado de fumar poco antes de cumplir 44 años, en 1991, tras padecer un infarto al corazón, después de haber sido fumador toda su vida. Cuando me preguntaban acerca de cuándo iba a dejar de fumar, ponía a Cruyff como ejemplo. Mientras la salud me responda y me siga gustando fumar, seguiré. Si eso cambia, lo dejaré, tal y como hizo Cruyff. Pero el que su muerte tuviera una relación tan directa con el tabaco cuestionó totalmente mi planteamiento con respecto a la gestión de esta adicción y aunque no tomé ninguna medida al respecto, sí que me lo tomé como un toque de atención.

El caso es que 28 de Marzo, estando en Asturias, donde había pasado la Semana Santa, me desperté algo antes de lo normal debido a un dolor de pecho bastante fuerte. Creía que era algo pulmonar, pero el diagnóstico médico dijo que se trataba de una pericarditis aguda. En principio y siempre según el diagnóstico, todo parecía apuntar a que eran las consecuencias de una infección bucal que me había provocado una muela unos meses antes, pero de cara a la opinión de mis círculos más cercanos, la culpa era otra ya que el asociar corazón y tabaco es algo casi automático. Yo, como era la segunda vez en mi vida en la que me diagnosticaban pericarditis y la primera vez fue de manera errónea, debido a que en los electrocardiogramas que me han hecho siempre aparece un patrón de repolarización precoz que puede confundirse con pericarditis (tal y como advertí en el hospital cuando me dieron el diagnóstico), no me acababa de creer lo de la pericarditis y ese lunes fumé como cualquier otro día, aunque al día siguiente reduje la dosis, (reconozco que fue debido a la gran presión externa que tuve que soportar cada vez que me encendí un cigarrillo el día anterior). La reduje tanto que sólo me fumé un cigarrillo. El miércoles, cuando me fumé el cigarrillo de media mañana, el que solía ser mi primer cigarro del día de una serie de diez que como mínimo me solía fumar diariamente, y que, tal y como he dicho al principio, me supo a gloria, me dije a mí mismo “estás preparado para dejarlo, si quieres”. Fue el último cigarrillo que he fumado.

Estaba preparado sí. Llevaba fumando “light” desde hacía unos cinco años, tras haber estado otros tantos fumando Nobel (tabaco con dosificación intermedia entre el tabaco normal y el “light”) a partir de un consejo de Jesús para cuando estaba acatarrado, algo que consideré en su  momento como una reducción de dosis. Me había leído el libro “Es fácil dejar de fumar si sabes cómo” del británico Allen Carr, (que curiosamente también murió de cáncer de pulmón). No me convenció para nada, pero es que cuando lo leí no estaba convencido de que quería dejar de fumar, tal y como me hizo ver Marcos (compañero de trabajo y amigo). Sin embargo, lo que Allen Carr decía principalmente en el libro, que “la mayoría de cigarrillos que alguien se fuma es por hábito y no por necesidad”, lo repetía tantas veces a lo largo del libro que se me había quedado clavado en la mente, tal y como el autor buscaba, y cuando fumaba de más me acordaba de la cantidad de cigarrillos que ese día, o noche, me había fumado por hábito o por automatismo.

Una vez que dejé de fumar, ante la sorpresa de quienes más me conocían, recuerdo que Bea me dijo que una de las cosas que tenía que asumir en esas primeras semanas, y era que estaba solo en esto de dejar de fumar a pesar de que todos me alagaran por la decisión que había tomado, ya que a la gente que no fuma le da igual que dejes de fumar o no, no piensan en el tabaco ni en los fumadores porque para ellos es algo ajeno; y en cuanto a los que fuman, perdían en mí a un compañero, un aliado o un cómplice. Y la verdad es que fue así, pero la decisión ya estaba tomada por mi parte y era irrevocable. Además, me estaba resultando bastante más fácil de lo que pensaba.

El caso es que, aunque a mí me haya resultado fácil dejar de fumar, la nicotina (C10H14N2) es una de las sustancias psicoactivas más adictivas que existen. La causa de que la nicotina cree adicción está en que activa los circuitos del cerebro que regulan los sentimientos de placer, (también conocido como las vías de gratificación), provocando un aumento de los niveles de dopamina en estos circuitos. Con el tiempo las neuronas reaccionan de forma menos inmediata a la nicotina, por lo que la secreción de dopamina se limita y las necesidades de ingerir mayores cantidades de nicotina aumentan. También la nicotina aumenta los niveles de endorfinas, lo que nos provoca una sensación de euforia, y la actividad en las vías colinérgicas del cerebro, lo que provoca una sensación de estar más nítido y centrado. Además, los síntomas asociados al síndrome de abstinencia de la nicotina (irritabilidad, déficit cognitivo y de atención, perturbación del sueño, aumento del apetito, ansiedad…) comienzan a las pocas horas de haber fumado el último cigarrillo, llegando a su punto máximo en los primeros días después de haber dejado el cigarrillo, pudiéndose aplacar en unas tres o cuatro semanas, aunque para algunas personas los síntomas pueden durar meses. Una vez pasado este tiempo, la adicción física al tabaco ha finalizado, pero se puede seguir teniendo adicción psicológica, puesto que detrás de cada historia de ex fumador, hay una larga historia de fumador, y modificar los hábitos mantenidos a lo largo de muchos años, también requiere de un esfuerzo, que en la mayoría de los casos es mucho mayor que el vencer a la adicción física.

Lo más gracioso de todo es que cuando finalicé el tratamiento de la supuesta pericarditis que padecía consistente en tomar una aspirina cada ocho horas durante tres semanas, justo el tiempo que llevaba sin fumar, acudí al cardiólogo y me ratificó algo que ya sospechaba, que el diagnóstico había sido erróneo, pues tras comparar el electrocardiograma que me realizaron para obtener el diagnóstico de la pericarditis con otros que me habían realizado con anterioridad, no se apreciaba ninguna diferencia, ni ningún indicio de pericarditis, y que aquel dolor de pecho no tenía un origen cardiaco y que, en función, de la analítica, sólo podía tener un origen muscular o gástrico.

Se puede decir, por lo tanto, que dejé de fumar gracias a una negligencia médica en un momento oportuno.