martes, 20 de junio de 2017

LA FERMENTACIÓN ALCOHÓLICA

En mis estancias por motivos laborales en China probé en varias ocasiones lo que los chinos denominaban vino y que nosotros, los españoles que estábamos allí trabajando, llamábamos vino chino o vino de arroz, para no crear confusión, ya que por su sabor parecía tratarse de un licor dulce que no provenía de la uva.

Ese problema surgía debido a las limitaciones del idioma chino. Resulta que en chino, vino se transcribe como “jiu” (), y se pronuncia “yio” (pronunciando la “y” de forma aspirada, parecido a como lo hacen los argentinos), aunque realmente ese vocablo significa licor. Si a eso se le unía el que, por entonces, el vino estaba comenzando a comercializarse en China y no era fácil encontrarlo en los restaurantes, lo normal es que acabáramos bebiendo bebidas fermentadas basadas en arroz o en mijo a lo que los chinos llamaban vino.

Y es que en los países en los cuales el clima dificulta o imposibilita el cultivo de la vid o no tienen tradición vitivinícola, se denomina vino a cualquier bebida fermentada semejante o que tenga una preparación parecida a la del vino obtenido de la vid. Incluso la RAE, define al vino, en su segunda acepción, como el zumo de otras plantas o frutos que se cuece y fermenta al modo del de las uvas. Sin embargo, en los países de producción vitivinícola (la Unión Europea, por ejemplo) está prohibido utilizar comercialmente el término vino para cualquier jugo fermentado que no se haya obtenido a partir del fruto de la vid.

Las bebidas alcohólicas fermentadas se obtienen a partir de la transformación en alcohol etílico de los azúcares que contienen determinadas frutas o cereales, así como otros productos orgánicos ricos en azúcares. Cuando se obtienen a partir de frutas, como es el caso del vino, este proceso de fermentación que se lleva a cabo a través de la acción de la levadura es relativamente simple, puesto que la levadura suele estar presente en la propia piel del fruto por lo que la fermentación es espontánea bajo determinadas condiciones. Pero cuando se obtienen a partir de cereales o de cualquier otro producto orgánico rico en almidón, como es el caso de la cerveza, el proceso de fermentación es algo más complejo, ya que la levadura no puede fermentar directamente una macromolécula tan compleja como el almidón, que está compuesta por decenas o cientos de miles de moléculas de glucosa, y se necesitará un “cocinado” previo del mosto obtenido antes de añadir la levaduras. Independientemente de esto, en la fermentación alcohólica, gracias a la intervención de la levadura, la glucosa (C6H12O6) se transforma en alcohol etílico (C2H6O) y dióxido de carbono (CO2). Mediante estos procesos de fermentación a través de levadura, se obtienen bebidas con un contenido máximo de alcohol equivalente a la tolerancia máxima de los microorganismos que conforman la levadura, es decir, entre 12 y 17 grados, dependiendo del tipo de levadura.

Dentro de las bebidas alcohólicas obtenidas a partir de la fermentación de los jugos de las frutas, los más conocidos son el vino y la sidra, que se obtienen a partir de la uva y de la manzana. Sin embargo, también se comercializan vinos de higo, granada, cereza, plátano, ciruela… o sidra de pera (también llamada perada por razones comerciales), aunque ninguna de estas bebidas puede denominarse comercialmente vino o sidra. Y es que de cualquier fruta se puede obtener una bebida alcohólica a partir de la fermentación de su jugo, puesto que todas ellas tienen un determinado contenido de azúcares que puede ser fermentado. Las frutas más aptas para ello serían el dátil (63% de contenido de azúcares), el higo (16%), la uva (15%), la granada y el mango (14%), la chirimoya y la cereza (13%), el plátano (12%), la mandarina y la fruta de la pasión (11%), la manzana, la ciruela, la piña y la pera (10%). Sin embargo también se obtienen fermentados de otras frutas que tienen un contenido de azúcares inferior como la naranja, el albaricoque y el kiwi (9%), el níspero, el melocotón y el melón (8%), el pomelo (7%), la grosella, el coco y la sandía (6%), la zarzamora, la fresa, la zanahoria y la frambuesa (5%), el arándano (4%), la calabaza y el tomate (3%)... El proceso, dependiendo de la fruta de la que se quiera obtener el producto fermentado será diferente, con la necesidad de la adición o no de levadura para que el proceso de fermentación se lleve a cabo (o para acelerarlo) y con la adición o no de azúcares, en función de la graduación que se quiera obtener, pero todas se basan en los mismos principios.

Algo parecido ocurre en las bebidas alcohólicas obtenidas por la fermentación de los mostos obtenidos a partir de cereales, siendo la cerveza la bebida más conocida. En estos casos, la extracción del almidón se realiza por difusión, es decir, de la misma manera que se realiza una infusión. Se sumerge el cereal en agua caliente durante unas dos horas para que almidón pase al medio acuoso, obteniéndose así el mosto. Posteriormente se realiza la cocción del mosto para lograr descomponer el almidón en azúcares simples y se le añade la levadura. En función del contenido de agua que tenga el mosto, la cerveza tendrá una u otra graduación alcohólica, aunque por lo general, rondará entre los 5 y los 8 grados.

La técnica de obtención del mosto sería la misma para cualquier tipo de cereal, ya que la concentración de almidón en los cereales está entre el 60 y el 70%. Así, el sorgo y el mijo tienen un contenido de almidón del 73%, el centeno 71%, el maíz 69%, el trigo 68%, la cebada 66%, el arroz 65% y la avena 58%. Las legumbres y los frutos secos también contienen almidón, aunque no se suelen emplear para la obtención de alcohol etílico. Sí que se utilizan otras raíces o sustratos herbáceos como la patata, el boniato o la yuca, cuyo contenido de almidón está entre el 20% y el 30%, y subproductos orgánicos de la elaboración de determinados productos, como la melaza.

Cabe destacar otras bebidas alcohólicas obtenidas por fermentación, con cierta repercusión, y que se obtienen de una manera u origen diferente a las reseñadas con anterioridad.

El hidromiel es una bebida alcohólica obtenida a partir de la fermentación de una mezcla de agua y miel. Tiene entre 10º y 15º de alcohol, necesita de la adicción de levaduras y está considerada como la bebida alcohólica más antigua consumida por el hombre.

El sake, (denominado erróneamente vino de arroz ya que su proceso de elaboración es más similar a la cerveza), es una bebida alcohólica que se elabora a partir de la fermentación del arroz en varias fases en las que entran en juego distintas levaduras, una de las cuales (el hongo koji-kin, o Aspergillus oryzae) es capaz de descomponer el almidón. Tiene entre 14 y 20 grados de alcohol y es originario de Asia Oriental.

El pulque se elabora a partir de la fermentación de la savia extraída del agave o maguey, mediante adicción de levadura. Tiene unos 8º de alcohol y es originario de México.

En definitiva, que de cualquier producto orgánico que contenga azúcares se puede obtener una bebida alcohólica, sólo hay que preparar el mosto, (este paso es el que puede ser más o menos complicado), añadirle levadura y esperar a que la fermentación finalice. Para afinar sabores, sólo hay que depurar la técnica o afinar el proceso.

Y en eso ando yo ahora, en afinar la elaboración de mi cerveza casera para ver si consigo un mejor sabor. Todavía me quedan muchos lúpulos que probar y muchas tardes de cata.